Crianzas locales

Tres bodegas, de Francia a España

Crianzas locales

Tres bodegas, de Francia a España

01/02/2024


Rafael Moneo, Bodegas Descendientes de J. Palacios, Corullón (España)

Desde que vivimos en ciudades, conservar el excedente de alimento, ya fuera como grano o como vino, ha sido una de las necesidades fundamentales de la sociedad, y es probable que esto convierta a las bodegas —más allá de los esnobismos que hoy quieren hacer de ellas sofisticados productos estéticos— en una de las arquitecturas más antiguas y necesarias.

Mientras que la producción de vino fue local y dependió de cultivos modestos e intensivos, la de las bodegas fue una arquitectura más o menos modesta que apenas se salía de la horma de la construcción popular. Dependiendo de la prosperidad del propietario, del clima o de la tecnología, una bodega podía ser grande o pequeña, excavarse en la tierra o insertarse en el corazón de otro edificio, o construirse de una manera u otra, pero siempre mantenía el tono menor, accesorio, que necesariamente se ponía al servicio de un modo determinado de transformar el paisaje y, por tanto, estaba íntimamente ligado a él.

La creación de las primeras industrias capitalistas a mediados del siglo xix vino a trastocar este modelo: las bodegas se hicieron mayores conforme el suelo se concentraba en las manos de cada vez menos propietarios, y también se hicieron más artísticas, o cuando menos más ostentosas, en el empeño de crear las, antes inexistentes, imágenes de marca. El proceso se dio de maneras muy diversas: mientras que en unos lugares la marca se ligó, desde el principio, al lugar, en otros se materializó en tópicos venturianos como el de las barricas o toneles, sin dejar de asociarse asimismo a la imagen corporativa de una fábrica moderna, con sus naves industriales de chapa y sus depósitos de acero inoxidable.

Fue en este contexto variado, y una vez que el vino demostró que podía ser un excelente negocio, cuando los vinateros comenzaron a recurrir también a la firma de arquitectos de renombre, pues pensaron, acaso por extrapolación equivocada del ‘efecto Guggenheim’, que esa forma de promoción estética atraería a sus pagos a la clientela nueva y creciente del llamado turismo enológico.

Sin dejar de pertenecer a la categoría de ‘bodegas de autor’, las tres obras que seleccionamos en este dossier tienen la virtud de dejar la autoría en sordina para responder a la cultura material y a la memoria del paisaje de los lugares a los que pertenecen. Así, mientras que la Bodega Bélair-Monange en Saint-Émilion, construida por Herzog & de Meuron en la mítica cuna del burdeos, atiende a la escala y a la imagen del entorno mediante formas contenidas y serigrafiadas, la Bodega Le Dôme, de Foster+Partners y también en Saint-Émilion, funde el simbolismo de la planta centralizada y la madera high-tech con la apariencia contenida de las cubiertas tradicionales de teja. Por su parte, la nueva Bodega Perelada en Perelada (Gerona), de RCR Arquitectes, organiza su poderoso volumen semienterrado desde una singular lectura del paisaje circundante.

Rogers Stirk Harbour + Partners y Alonso Balaguer Arquitectos, Bodegas Protos, Peñafiel (España)


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