El boom chino ha hecho realidad muchos sueños arquitectónicos: lo que en Europa era improbable y en Estados Unidos imposible, en la China del desarrollismo es simplemente factible. Esta coyuntura ha sido aprovechada con habilidad por los grandes estudios, de Foster a OMA, pasando por firmas locales especialistas en weird architecture como MAD. Pero quienes proporcionalmente han sacado más provecho han sido los antiguos deconstructivistas, cuyas visiones oníricas pueden escapar de su prisión de papel gracias a la alegría con que el Gobierno y los magnates chinos gastan su dinero en iconos. Zaha Hadid es el mejor ejemplo, pero Coophimmelb(l)au no le van a la zaga en edificios como el Museo MOCAPE de Shenzhen, que pese a sus 80.000 metros cuadrados, su longitud de 160 metros y su altura de 40 se ha construido en sólo tres años. En él todo es un espectáculo de más-difíciles-todavía: desde la piel alabeada de paneles triangulares de vidrio hasta la gran ‘plaza’ interior de atmósfera metálica en cuyo centro se levanta ‘la ‘nube’, que es más bien un tubérculo de acero inoxidable cuyas formas inquietantes sirven para cobijar una cafetería y una tienda. China deconstruye.