Aldo Rossi

Milán, 1931-1997

29/02/2000


Valentina, la mujer liberada, intelectual de la izquierda y siempre dibujada con una plumilla desgarrada por Guido Crepax, se encuentra con el arquitecto atormentado en la playa de Venecia. También era Aldo Rossi un personaje como desgarrado, tal y como se cuenta en su autobiografía. Desgarrado entre una sensibilidad viscontiana y una ideología de la izquierda de Gramsci. Sus visiones del mundo, y en particular de las playas, eran parecidas a las de Andrew Wyeth, el pintor realista de la costa atlántica. Faros en las rocas, boardwalks, casetas y formas depuradas por el paso de los años, ligadas a experiencias muy personales del tiempo y de la edad. Como una nostalgia de Wyeth mezclada con el tiempo surreal de De Chirico. Quizás esa es la parte que más me gusta de Rossi; a ella pertenecen sus dibujos y su prosa poética. Pero su discurso como arquitecto era en cambio muy duro; edificios pesados y macizos, autorreferentes y herméticos. Rossi era un profesor brillante, autor de una de las dos biblias de la arquitectura de los sesenta, L’Architettura della Città, que llegó después a constructor de grandes edificios. Profesor antes que constructor, producía seductoras imágenes y duras realidades. Fraile antes que cocinero, cocinaba su biblia demasiado espesa.

Las casetas de 1900 son como las de los escenarios de Luchino Visconti. Las pequeñas cabinas de la playa del Lido, la barra arenosa que separa la laguna véneta del Adriático, fascinan al arquitecto por lo que tienen de esencial y de paisaje autobiográfico o de nostalgia. De modo que cuando la audaz Valentina se ofrece para un encuentro fogoso entre marxistas cálidos, Aldo se distrae con la forma pura de la arquitectura in nuce. Por el horizonte navega la construcción surreal del Teatro del Mondo, el teattrino scientifico, la sugerente aula flotante de la Bienal de Venecia. Sin duda una de las obras más llenas de encanto del maestro italiano. Un faro flotante, una imagen asombrosa de la cultura puesta al revés. Un teattrino embarcado en una barcaza que para colmo de frivolidad se rotulaba Argentino. Una caseta a escala descomunal, y también un bodegón del Chirico. Demasiada sensibilidad para la Valentina soñadora de Trotskis.


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