Infrastructure and urban planning  Obituaries 

Pedro Zaragoza, 1922-2008

Learning from Benidorm

José Miguel Iribas 
31/12/2007


A los pocos días de su muerte, The Economist publicó la necrológica de Pedro Zaragoza. ¿Cómo un alcalde franquista de un pequeño pueblo alicantino merecía el único obituario que la revista británico-americana publica por número? Desde luego, nada parecía presagiar semejante distinción cuando accedió a la alcaldía de Benidorm sin haber cumplido los 30 años. Sobre todo porque era un pueblo económicamente empobrecido y demográficamente depauperado: había perdido el 50 por ciento de su población en la primera mitad del siglo XX, en el marco de una difícil supervivencia.

Pedro Zaragoza fue el principal artífice de una nueva ciudad, que, de acuerdo con Henri Lefebvre, es la mejor construida después de la II Guerra Mundial. El sociólogo y filósofo francés iba más lejos: decía que era la única que merecía ser habitada.

Su contribución al turismo se basó en tres postulados visionarios: en primer lugar, su íntima e indesmayable convicción de que el planeamiento urbanístico era la clave fundamental en la conformación del producto. Inspirador del Plan General de 1956, el primer plan de un municipio español en contemplar la totalidad de su término, no dudó en aceptar alteraciones sustanciales al modelo, de forma que entre 1956 y 1963 se llevaron a cabo modificaciones decisivas que situaron a su pueblo en la vanguardia de la experimentación urbanística española. Estos cambios, que dieron lugar a los Planes de 1958 y 1962, y que quedaron fijados definitivamente en el refundido de 1963, dibujaron un marco legal estable que facilitó el crecimiento extraordinario, pero ordenado, que la ciudad tuvo entre 1966 y 1974, con el empuje sobrevenido por la construcción del aeropuerto de Alicante.

En segundo lugar, y antes que nadie en España, creyó en el turismo de masas y le dotó de un modelo urbanístico correlativo. Actuó de acuerdo con esa utopía iluminada, y, junto con una generación sobresaliente de pioneros, desarrolló las bases para la construcción de la nueva ciudad.

En tercer lugar, intuyó la necesidad de ser tolerantes con las costumbres extranjeras: la anécdota de su coriácea defensa del biquini revela su convicción anticipadora de los efectos directos y colaterales del turismo. Una anécdota ahora simpática, pero en su momento dramática, pues la aprobación del sintético bañador le costó tres amenazas de excomunión, un problema extraordinario para la época, especialmente para un alcalde franquista.

Desde la perspectiva actual, las aportaciones de Zaragoza fueron fundamentales para la definición de una política turística ganadora. Muy por encima de la extensa panoplia de anécdotas reveladoras de su talento innato para la promoción, su tarea se cimenta en cuatro principios primordiales.

Para empezar, la formulación de un proyecto urbano-turístico dirigido a la distribución armónica de los beneficios y a la participación principal de los actores locales, que ha permitido que los benidormenses sean en la actualidad los principales protagonistas del negocio turístico, algo realmente insólito que no encuentra parangón con ninguna de las zonas y ciudades turísticas de desarrollo simultáneo o posterior: en la Costa del Sol, Canarias y los destinos turísticos emergidos recientemente (Caribe, Brasil, Extremo Oriente) los empresarios locales son abrumadora minoría.

En segundo término, su obstinada reticencia hacia el modelo suburbano, que permitió a Benidorm disponer de grandes reservas de suelo (luego despilfarradas lamentablemente con Terra Mítica); su terca defensa de la compacidad constituyó una divisa urbanística que otorgó a la ciudad una personalidad diferencial y singular y perfiló una muy inteligente política de suelo.

En tercer lugar, la valentía con que encaró un modelo urbanístico que rompía los moldes culturales convencionales, y que sólo muy tardíamente ha sido reconocido por la disciplina como una contribución decisiva al urbanismo español y al mundo turístico; desde el punto de vista de la eficiencia urbana, la calidad medioambiental, la sostenibilidad administrativa y ecológica y la potencia turística.

Por último, y esto es menos conocido, su sensibilidad medioambiental por la preservación de algunos espacios paisajísticamente importantes (la Sierra Helada y la retaguardia territorial de Poniente) y por la urgente e in-opinada declaración de la isla como zona verde (que la salvaguardó de pryectos devastadores).

Mal que les pese a sus obstinados detractores, Benidorm se ha convertido en el más visitado y concurrido paraíso asequible para las clases subalternas europeas, un logro típicamente socialdemócrata que, paradojas de la vida, ha encontrado mayor rechazo entre los intelectuales izquierdosos de olfato exquisito que entre los ideólogos de la derecha. Con unos 75 millones de estancias/día anuales, es la ciudad europea con más pernoctaciones hoteleras tras Londres y París. Una ciudad que da trabajo a más de 40.000 personas durante todo el año y que en verano emplea a casi 70.000 personas. Un espacio turístico sin apenas estacionalidad y donde la ocupación hotelera sobrepasa el 90 por ciento anual en los últimos diez años.

Frente a los fallidos proyectos elitistas, Benidorm ha propuesto unos perpetuos Sanfermines urbanos y playeros, libres de constricciones de calendario. Una fórmula de éxito, sin duda, pues esta Meca del turismo de masas, visitada ya por casi 100 millones de turistas, es el icono más representativo de la industria del ocio. Esta fábrica urbana, que ha producido ingresos por valor de 135 mil millones de euros en los últimos cuarenta años, es una de las empresas más rentables de España, y la que, sin la menor duda, mejor reparte sus dividendos. No ha necesitado ayudas estatales ni Planes Renove y otorga a sus ciudadanos el poder de decisión. Al tiempo, ha permitido a las clases proletarias acceder a consumos aristocráticos sin imponerles conductas convencionales que impidieran el buen curso de la fiesta.

Benidorm constituye, junto con Las Vegas, los dos únicos ejemplos de modelos turísticos claramente singularizados. La ciudad americana, desdeñando el espacio urbano, confía su oferta a la potencia de sus instalaciones hoteleras. Benidorm, por el contrario, afirma su proyecto a partir de la intensidad de su vida urbana y define su personalidad urbanística a partir del espacio público: en la actualidad, los turistas pasean por la ciudad durante más tiempo del que emplean en la playa. Y se ha convertido en un referente ineludible, especialmente en el norte anglosajón: la serie de la cadena británica ITV I Love Benidorm está consiguiendo audiencias del 28 por ciento de cuota de pantalla. Un reconocimiento incontestable para un poderoso resort con más de 300.000 plazas turísticas que empezó siendo un pequeño pueblo de la España empobrecida y aislada de la posguerra y se proyectó a otro futuro cuando, en 1953, Pedro Zaragoza impulsó la ordenación urbanística de la ciudad.


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