Sostiene George Steiner que los reflejos que ponen en juego la similitud y la disparidad, la analogía y el contraste, son fundamentales para la psique y para la posibilidad de lo inteligible: las comparaciones son la base de la cultura. Desde las Vidas paralelas, la yuxtaposición narrativa se ha mostrado como una herramienta certera para la constatación de diferencias y repeticiones entre pares sabiamente elegidos. Así sucede en este volumen, el tercero de una provechosa serie, de genealogía docente, dedicada a las capitales arquitectónicas y culturales entre los siglos XIX y XX. Así, tras Londres-París y Viena-Berlín, cierran la trilogía dos solventes ensayos —uno sobre Chicago de Antonio Pizza y otro sobre Nueva York de Maurici Pla—, acompañados por una afortunada antología de textos diversos.
A través del contenido de sendos escritos, eruditos y amenos, se visitan las dos ciudades y se va dibujando una vibrante cartografía de asociaciones y diferencias, llena de resonancias y contrapuntos. La forma de ambos textos, su afinidad y su divergencia estilística —al igual que ciertas arquitecturas de los escenarios recorridos o como las ciudades mismas—, señalan el valor de la estructura dual de esta obra y de la colección, y por añadidura de la propia mirada personal, entre la objetividad y la subjetividad, la sistemática y el detalle, la ortodoxia y la heterodoxia, de dos autores versados en aproximaciones a la ciudad y la arquitectura.
Con la enriquecedora guía de estas páginas disfrutamos, profanos e iniciados, del reconocimiento de las desemejanzas de ambas urbes: la diferente actitud ante el pasado o la memoria —el gran fuego a orillas del lago Michigan, el respeto al asentamiento holandés al sur de Wall Street—; la dispar evolución de las formas arquitectónicas —el predominio estructural de la Escuela de Chicago, el valor icónico en la Gran Manzana—; o la especulación sobre las ciudades que pudieron ser y las que fueron. También de ciertas equivalencias, tal que la justificación de la morfología en función del urbanismo —la retícula de manzana cuadrada de 1830 en la primera, la trama de avenidas y calles numeradas de 1811 o los dripps en la segunda—, y la red de figuras comunes a las dos urbes, que tejen pasadizos entre estas y sus circunstancias. Hablamos de la sombra ambivalente de la tradición norteamericana —según la referida clasificación de la obra de Wright en su portafolio europeo, que bien valdría para ordenar el glosario final de textos: la democracia, la máquina y la pradera—, o de determinadas inspiraciones literarias, pero también de nombres como Olmsted, Burnham o Wright, que igualmente se asoman a la valiosa antología final, o de la mirada moderna de ilustres exiliados.
En este pulso de emparejamientos, Pizza y Pla aciertan a señalar una paradójica pareja ejemplar: Thoreau y Whitman. Los autores indagan en las raíces antiurbanas de ambas ciudades, con matices específicos en cada una de ellas, y apuntan cómo esta huella marcó, entre la tradición y la renovación, su desarrollo. En uno de los mejores pasajes, verdadero centro de este ensayo desdoblado, se tiende el puente lírico entre dos orillas, como el libro pretende entre dos ciudades, o dos siglos: Thoreau no hizo crítica de la ciudad en sus aspectos urbanísticos, arquitectónicos o morfológicos, sino culturales e institucionales; Whitman leyó la tradición de los padres americanos y luego cantó el contradictorio caos fascinante de lo urbano en sus mejores versos.