Monumentalidad, simetría, cuerpos platónicos cortados al bies, aparejo cerámico o de piedra, ausencia del hueco: la arquitectura de Mario Botta no depara sorpresas. Pero dada su contundencia y visibilidad tectónica, ese lenguaje desarrollado por el ticinés desde los comienzos de su carrera parece especialmente adecuado para la obra pública, un campo asiduamente frecuentado por el arquitecto a lo largo de la presente década, y que es el objeto de este sobrio volumen. Pero del conjunto de proyectos aquí reunidos se desprende una sensación de hastío, muy lejos tanto de la emoción que despertaban sus primeras casas-fortaleza como de la tensión que atraviesa la obra pública de su maestro Louis Kahn. Tan sólo una pequeña realización como la capilla del Monte Tamaro (véast Arquitectura Viva 58) parece recuperar el misterio de los mejores momentos de Botta. Y esto sugiere algunas claves para entender la insatisfacción que produce el resto: la arquitectura del suizo no admite la simple ampliación de escala sin perder su fuerza en el proceso; y por otra parte, la simplicidad de sus formas deviene ampulosa banalidad al enfrentarse a la complejidad del contexto urbano.