Aceptar sólo el volumen de trabajo que le permita controlar personalmente cada proyecto hasta su último detalle, y circunscribirse a un área geográfica conocida y amada como Galicia no es la menos importante de las lecciones que nos ofrece Manuel Gallego (Carballino, 1936), sobre todo en un panorama general dominado por la arquitectura reclamo realizada apresuradamente, y en el que muchas veces se confunde estilo con autoplagio. En ese sentido, hay que celebrar el Premio de Arquitectura Española 1997, concedido el año pasado a este discípulo y antiguo colaborador de Alejandro de la Sota por su Museo de Bellas Artes de La Coruña (1988-1995, véanse AV 51-52 y Arquitectura Viva 43) como una valoración de esta arquitectura basada en el conocimiento y el estudio cuidadoso del contexto, en el gusto táctil por los materiales tanto tradicionales como industrializados y en el recurso a los oficios, todo ello enmarcado dentro de un rigor muy sotiano en la aplicación de un depurado lenguaje moderno.
Editada simultáneamente en inglés por Birkhäuser y en italiano por Logos Art, la presente selección de su obra (en la imagen, edificios de investigación en el campus de Santiago, 1992- 1997) revela que son estos criterios tan esencialmente arquitectónicos los que, desde una apuesta decidida por lo local, otorgan a su obra una cualidad universal.