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El canon crítico de Peter Eisenman

Luis Fernández-Galiano 
30/06/2010


Eisenman ha escrito muchos libros, pero probablemente ninguno tan importante como éste. Junto con su tesis doctoral, The Formal Basis of Modern Architecture, leída en 1963 pero no publicada hasta 2006 (sobre la que ya escribí en Arquitectura Viva 109), Ten Canonical Buildings 1950-2000 establece los fundamentos de un método analítico que soporta tanto la arquitectura de su autor como su muy extensa e influyente dedicación pedagógica. En ambos casos, el análisis formal de los proyectos elegidos se realiza a través de diagramas astringentemente abstractos (que en el último libro conducen al uso reiterado de la perspectiva axonométrica) y mediante unos textos que diseccionan con voluntad hermenéutica los objetos arquitectónicos, entendidos como construcciones sintácticas autónomas sin relación alguna con el contexto o el programa.

La tesis doctoral aplicaba su método a ocho ejemplos de la primera mitad del siglo xx: dos de Le Corbusier, dos de Wright, dos de Aalto y dos de su admirado Terragni; el libro que comentamos refina su procedimiento analítico y lo extiende a diez proyectos de la segunda mitad del siglo, desde ‘Il Girasole’ de Luigi Moretti, que sirve como charnela con la obra anterior, y hasta sus contemporáneos Venturi, Stirling, Rossi, Koolhaas, Libeskind y Gehry, pasando por sendos ejemplos de dos maestros no tratados en la tesis —Mies van der Rohe y Louis Kahn— y por la singular propuesta para el Palacio de Congresos en Estrasburgo de Le Corbusier, el único arquitecto presente en ambas obras, sin duda como expresión de su evidente importancia histórica, pero también, en cierta medida, como huella de la influencia contradictoria de Colin Rowe en el pensamiento arquitectónico de Eisenman.

Vaya por delante que el título es equívoco, ya que pese a la explícita mención de Harold Bloom en la primera línea de la introducción, el autor de El canon occidental y colega del arquitecto en las aulas de Yale usa el término en el sentido convencional de obras esenciales —por más que sus listas incorporen siempre alguna rúbrica extravagante o idiosincrásica—, mientras que Eisenman se preocupa aquí de distinguir entre grandes obras como el Guggenheim bilbaíno o la Ópera de Sidney, que son intemporales y autorreferentes, y edificios canónicos como los analizados en su libro, que pertenecen a su tiempo y sólo pueden interpretarse mirando hacia delante para ver de qué manera inspiraron a otros y hacia atrás para entender de qué forma alteraron las reglas del juego vigente.

Esta condición transgresora o herética permite a Eisenman calificar sus edificios canónicos como ‘críticos’, justifica en parte la elección de los ejemplos más inesperados —de las no construidas casas Adler y DeVore de Kahn en Filadelfia a la desconcertante Escuela de Negocios de Gehry en Cleveland—, y sitúa su proyecto analítico en el ámbito intelectual del primer Bloom, que en La ansiedad de la influencia explicó el proceso de ‘misreading’ (lectura alterada) por el cual cada autor subvierte sus influencias nutricias esenciales: una lectura deliberadamente distorsionada que Eisenman aplicó en su día a su maestro Rowe y hoy aquí al Bloom del canon, utilizado como referencia (junto a Foucault, Derrida o Peirce) para levantar un edificio conceptual bien diferente.

Llegados a este punto es inevitable mencionar a Rafael Moneo, y no sólo porque es, junto a Eisenman, el único gran arquitecto de esta hora que enseña y escribe sobre la obra de sus pares, sino sobre todo porque su Inquietud teórica y estrategia proyectual en la obra de ocho arquitectos contemporáneos (reseñada en 2004, el mismo año de su aparición, en Arquitectura Viva 99) cubre sustancialmente el mismo campo, y se ocupa de un grupo muy similar de arquitectos, aunque sustituyendo la ‘close reading’ sintáctica de un proyecto por la más amplia ‘distant reading’ de la trayectoria de un autor. La lista es, en efecto, muy pareja, y cinco de los ocho arquitectos analizados por Moneo —todos excepto Siza, Herzog & de Meuron y, evidentemente, el propio Eisenman, numerosos de cuyos proyectos, de la House I en adelante, hubieran merecido figurar en cualquier canon crítico— aparecen en el libro del norteamericano, que por su parte sólo incluye un contemporáneo, Libeskind, ausente en el ‘canon’ del español.

Ambas obras provienen de la vocación docente de los dos arquitectos (la de Eisenman tiene su origen en los seminarios impartidos en Princeton entre 2003 y 2006; la de Moneo, en las clases de Harvard entre 1992 y 1994) y son testimonio de los estimulantes debates teóricos que han alimentado la enseñanza de la arquitectura en las universidades de Estados Unidos durante las últimas décadas. De hecho, incluso Moneo, que pasa de puntillas por Derrida, no puede ocultar su deuda con un Bloom al que no menciona, pero sí homenajea en el título de la edición inglesa de su libro (Theoretical Anxiety and Design Strategies, una cita transparente del tan leído The Anxiety of Influence). Pero lo más importante es que tanto Moneo como Eisenman defienden con convicción la autonomía de la disciplina, y ese credo común —más significativo que el solape de sus ‘cánones’ respectivos— es el fundamento de la trascendencia de ambos libros, devenidos ya clásicos de su tiempo.



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