To blur quiere decir en inglés «hacer algo borroso o difuso», aunque para el caso concreto que nos ocupa la traducción más precisa podría ser des-dibujar (límites), ya que el prefijo hace hincapié en la fascinación por la negación productiva de lo establecido que es una constante en la carrera de Peter Eisenman. Más que un libro, estamos ante un manual donde práctica y teoría se entrelazan, convirtiéndose en el eslabón bibliográfico necesario entre su ‘inventario’ de diagramas (Diagram Diaries) y su próximo ‘códice’ de códigos (CodeX). En esta entrega aparecerán seguramente sus más recientes topografías operativas que tanto se echan en falta en Blurred Zones, no cerrado en sí mismo sino abierto a nuevas aportaciones.
Eisenman des-dibuja aquí los límites de la disciplina, de sus edificios y teorías, para mediante la des-motivación de la metafísica de la presencia, del signo y del sujeto, hacer desaparecer los tradicionales binomios antagónicos interior/exterior, horizontal/ vertical, formal/informal... Esta dislocación de la motivación se utiliza en gerundio (becoming unmotivated), contribuyendo a la idea de proceso en la que tanto inciden sus proyectos. Se intenta des-estabilizar la tradicional idea de límite presentando, sin embargo, el concepto contemporáneo blur como algo que produce un des-dibujamiento más afectivo que visual, involucrando, además de la vista, la mente y el cuerpo del observador. Se defiende un mundo menos visual y más articulado, usando para ello la terminología de Foucault. De esta forma, Eisenman diferencia expresamente ‘su’ blur, más conceptual que literal, del utilizado por otros arquitectos como Elizabeth Diller y Ricardo Scofidio (Blur, the Making of Nothing) o por el cineasta Woody Allen (Desmontando a Harry). Esta idea, de tanta actualidad, ha sido desarrollada por Eisenman desde finales de los ochenta, cuando tras sus excavaciones artificiales intentaba desligar el tradicional binomio arquitectónico de figura/fondo. Blur-ing, de nuevo en gerundio, permite que el plano vertical sea otra cosa, así como que el paisaje sea arquitectura o el interior exterior. Lo intersticial, el espacio de diferencia, es lo existente entre esos binomios antagónicos; y en este libro se abre un campo infinito de nuevas posibilidades intermedias.
Las 334 páginas del volumen permiten lecturas oblicuas al entretejer física y conceptualmente dibujos, imágenes y textos. Algunos artículos aparecen atrapados en la matriz de líneas constructivas de los proyectos, como si de un patrón textil se tratase, donde las distintas escalas del tallaje se han convertido en distintas escalas doctrinales. Los siete autores que acompañan a Eisenman —Andrew Benjamin, Cynthia Davidson, Luis Fernández-Galiano, Michael Hays, Frederic Jameson, Franco Purini y John Rajchman—, pertenecen a varias disciplinas, ayudando a entender las teorías aquí expuestas bajo distintos puntos de vista. Asimismo, los 17 proyectos presentados se dejan ‘contaminar’ por profesionales de otros campos. Richard Serra colabora en el proyecto de Berlín, como ya hicieron anteriormente Heizer en Frankfurt o Deleuze en La Villette. Incluso el Aronoff Center se presenta como un lugar donde las artes recurren las unas a las otras en busca de inspiración.
Blurred Zones es fundamental para entender cómo el arquitecto neoyorquino ha evolucionado de la retícula a la matriz, del índice al códice, sustituyendo los bordes por pliegues y creando una malla entre teoría y práctica que permanecerá cuando sus edificios desaparezcan, como pasó en Ersilia, la ciudad de Italo Calvino, quedando así «telarañas de relaciones intrincadas que buscan una forma». Desdibujando sus proyectos y desmotivando a los observadores, Peter Eisenman consigue el buscado efecto contrario y empezamos a ver la arquitectura fuera del estado de distracción que tanto criticaba Walter Benjamin.
