Una pareja de recién casados a punto de jubilarse desea construirse una casa en un pequeño pueblo de la provincia de Zaragoza y pide a los arquitectos dos cosas disímiles: por un lado, que la nueva vivienda siga cumpliendo las funciones de su antiguo piso urbano, pero que permita, por otro, hacer posible un comportamiento más desinhibido y ligado al exterior, una especie de suavizada ‘vida salvaje’. Dar respuesta a esta doble condición fue el reto al que se enfrentaron los madrileños María Langarita y Víctor Navarro en su proyecto para esta casa que evita disolver los límites entre estas dos formas de vida o encontrar un contenedor único que las iguale. Así, a una pieza rectangular de crujía estrecha y más hermética, en la que se disponen los diferentes espacios vivideros de tipo convencional, se adosa otro cuerpo en forma de plataforma de geometría irregular y cubierto por una celosía estructural de madera capaz de plegarse para crear diferentes ámbitos, cercanos al exterior, aún por construir, donde la pareja pueda llevar a cabo una parte de su singular proyecto vital.