Entre las obras canónicas del siglo XX se encuentra una ingente cantidad de pabellones de exposición. El origen atípico de los proyectos (concebidos para certámenes y ferias, a modo de tarjetas de presentación de países o siglas) y su condición de arquitecturas efímeras ha contribuido a convertirlos en piezas de culto, pero lo han sido sobre todo por situarse en las antípodas de lo convencional. Empezando con el pabellón de Finlandia de Eliel Saarinen para la Exposición de París de 1900 y terminando con el pabellón holandés de MVRDV para Hannover 2000, el libro de Moisés Puente reúne, cuidadosamente documentados, 50 pabellones internacionales, mientras que el de Daniel Canogar repasa la en ocasiones nada desdeñable aportación española al terreno de las exposiciones universales.