«Algún día se morirá Cabrero y no me enteraré», me dijo Rafael Aburto hablando de sus colegas y amigos hace no muchos años. Sin embargo, se enteró por la prensa de que había fallecido el pasado 26 de febrero. Los rigores de este duro invierno sellaron definitivamente su existencia. Arquitecto silencioso y silenciado, Cabrero fue delineando progresivamente su aportación al devenir de la arquitectura moderna en España. Su fortuna crítica fue descifrada por Juan Daniel Fullaondo en 1972 desde las páginas de ‘Nueva Forma’; Javier Climent publicó en 1979 una monografía de su obra; en 1990 Antón Capitel realizó una brillante síntesis con ocasión de la concesión de la Medalla de Oro de la Arquitectura y diez años más tarde se publicó la investigación doctoral de Alberto Grijalba. En estos momentos de desarraigo disciplinar, su desaparición nos impulsa a valorar su arquitectura sobria y rigurosa. Por extensión, esta orfandad nos urge a reconsiderar la herencia de una generación de maestros irrepetible. La pérdida de Cabrero sigue a las de Coderch, Sostres, De la Sota, Moragas o Fernández del Amo. De la generación de arquitectos que hicieron la guerra, únicamente nos acompañan Fisac y Aburto... [+]