Hasta cuarenta y cinco logotipos de entidades y empresas patrocinadoras he contado en el dorso de uno de los folletos informativos de la primera Bienal de Valencia. Pero este acontecimiento no involucra sólo a las muchas instituciones que figuran ahí: anunciado con gran despliegue mediático, se desarrolla en distintos espacios de la ciudad y en distintos momentos, entre el 12 de junio y 20 de octubre de 2001, demostrando con ello una notable voluntad de ocupación espacio-temporal. Es el año primero del siglo XXI, y aquí se ha querido aprovechar el tirón de este guarismo para lanzar al mundo la traca de una propuesta cultural distinta. Valencia, se dice, no será una Venecia más (ni tampoco Estambul, São Paulo o La Habana, por citar algunas ciudades que albergan bienales artísticas clásicas). Para demostrarlo se ha elegido un lema supuestamente rompedor, como es el de la comunicación entre las artes, y a un director general, Luigi Settembrini, que no procede del mundillo del arte sino de la mercadotecnia cultural. Éste, a su vez, ha involucrado en la empresa a cineastas, escenógrafos, músicos, modistos y diseñadores, además de a críticos y artistas visuales propiamente dichos. La operación en su conjunto ha merecido ya algunas críticas encendidas y panegíricos más o menos entusiastas, pero el hecho de que pocos se refieran en sus comentarios a las obras presentadas demuestra que los organizadores han tenido éxito en la pretensión (implícita) de desplazar el debate desde el terreno del arte propiamente dicho al de las plataformas de poder que lo propician o lo promocionan…[+]