Frente a la mancha gris y deshumanizada en que se han convertido las megalópolis chinas, donde impera una tediosa uniformidad, el nuevo acceso a un centro de ventas de Huzhou se erige en genuino manifiesto contra la ciudad genérica al tornar en un jardín de radical imaginación. Un bosque de columnas de acero de diferentes tamaños se extiende por un paisaje artificial d’après Magritte, con su particular orografía de cuevas, cerros, arroyos, rocas y cascadas, e incluso condiciones climáticas cambiantes que recrean cielos nublados, estrellados o brumosos.

El onírico reducto aspira a convertirse en un lugar con el que los habitantes de la ciudad se puedan identificar, condensando emociones y significados que trascienden la objetividad de la forma construida. Carruseles, columpios y fuentes son fragmentos de una propuesta ecléctica que, como a Alicia, transporta al visitante a un mundo maravilloso pero necesario.