Cualquier joven que se preciase en el siglo XVIII —y se lo pudiese permitir— regresaba de su Grand Tour cargado de objetos con los que podía presumir en casa de tan decisivo viaje para su educación y sensibilidad estética. Algunos hicieron acopio de las numerosas reproducciones en corcho de monumentos antiguos que se vendían por doquier como souvenirs, lo que dio origen a las primeras colecciones de maquetas arquitectónicas. Un afán semejante inspira el primer espacio de China dedicado exclusivamente a modelos de los principales estudios del país, que da cuenta del paso firme de las nuevas generaciones en la disciplina.

Una miríada de tubos de acero define las particiones de las distintas áreas de exposición, y soldadas a ellas, delgadas láminas en voladizo conforman los distintos soportes para las maquetas. A lo largo de las salas, la paleta material reducida a un blanco intenso consigue aportar coherencia y poner el foco en el heterogéneo contenido, que parece componer una de las ciudades de Calvino donde proyectos construidos, no realizados y utópicos se solapan prodigiosamente.