El edificio existente era el resultado de una superposición de proyectos: la nave inicial de Jesús Grinda y Forner de 1901, la ampliación de la segunda nave, una transformación estilística realizada en los años 1950 y diversas reformas menores ejecutadas en los años posteriores. En 2018, cuando se celebró el concurso, las naves estaban abandonadas y bastante deterioradas. El proyecto consiste tanto en añadir un estrato más a esta superposición de intervenciones como en un ejercicio de limpieza sobre el ecléctico conjunto, una renovación meticulosa que interpreta las trazas históricas del edificio para transformarlo en una galería de arte. Al mismo tiempo se busca una cierta abstracción. Un blanqueamiento unifica los diferentes materiales del complejo, transformándolo en un edificio neutro junto al llamativo Palacio de Festivales, construido por Sáenz de Oiza en 1990.

Se recupera el espacio interior de las naves, especialmente el de la antigua, conservando sus proporciones, su característica estructura metálica y su luz cenital. Se mantiene la volumetría general, con intervenciones sutiles sobre su fachada que sugieren los cambios programáticos introducidos. De este modo, la galería principal ocupa toda la nave original y el resto de necesidades funcionales —vestíbulo, baños, oficina, aulas, instalaciones, almacén y galería temporal— se sitúan en la construcción anexa, que incluye una nueva entreplanta con un espacio polivalente. Esta estrategia permite liberar la nave principal, generando un interior ininterrumpido de 40 metros de largo para exhibir la colección de arte de la fundación. Se construye una cubierta nueva con un lucernario continuo, se rehabilitan todas las cerchas de acero, se abren dos huecos en el interior y otros cuatro en el exterior: dos puertas y dos grandes ventanas. Esta táctica cede todo el protagonismo a la galería principal, dejándola brillar con su nueva atmósfera museística. Además, permite crear una pequeña plaza que actúa como antesala de la galería. Una gran marquesina define la entrada. Un largo banco de piedra orientado al sur, una plaza de adoquines portugueses, dos parterres con esculturas y un jardín vertical definen el espacio público.

La propuesta genera un exterior abstracto mientras alberga un interior sereno. La imagen blanquecina se construye mediante una serie de intervenciones espaciales sencillas y se complementa a través una integración exhaustiva de las instalaciones, la iluminación y otros requisitos funcionales y de control climático que transforman los antiguos almacenes en una galería de arte contemporáneo. Estas operaciones puntuales y explícitas convierten el complejo industrial existente en un nuevo contenedor cultural.