El contexto determina en buena medida el aspecto ligero y vítreo de este complejo de cuatro bloques residenciales. Está ubicado en el londinense Bankside, una zona ribereña antaño eminentemente manufacturera, pero que hoy se está reconvirtiendo merced a la incorporación de nuevos usos residenciales y culturales, de los que el caso de la Tate Modern da buena cuenta. Lejos de disiparse del todo, este pasado industrial es aludido tanto en los colores empleados en la estructura del nuevo edificio como en sus grandes superficies vidriadas, que evocan respectivamente la pintura roja y los materiales característicos de los viejos invernaderos británicos del siglo xix. La afilada silueta hexagonal de los bloques, sus núcleos excéntricos, su potente estructura triangulada exterior y sus invernaderos domésticos en las esquinas aristadas, se han concebido para liberar la planta de cualquier servidumbre estructural, de tal suerte que los espacios vivideros puedan organizarse con flexibilidad, abriéndose a las vistas sobre el nuevo skyline de Londres.