El proyecto parte de una preexistencia: un recinto con la cubierta derruida, de unos 12 x 4 metros y gruesos muros de mampostería. Uno de ellos, construido con piedra de marés, concentraba casi todas las aberturas e irregularidades, y resultaba más delgado y frágil. La intervención fue doble: consistió, por un lado, en ampliar el recinto hasta dotarlo de una proporción cuadrada, y en delimitar, por el otro, un espacio cubierto dentro de este recinto.

Rehecha de este modo su volumetría, la casa se divide en nueve cuadrantes o estancias de 4 x 4 metros, adoptando en planta la forma de una cruz con cuatro patios. Esta organización permite distribuir las diferentes partes del programa de manera que cada una de las funciones se desdoble en dos habitaciones: una interior y otra exterior. Así es posible, por ejemplo, cocinar a cubierto o en uno de los patios, dormir en una habitación cerrada o echarse una siesta en una hamaca a la sombra de un árbol. Se trata de una lógica que se explica tanto por la condición benigna del clima como por la propia tradición mediterránea, en la que lo doméstico se concibe, sobre todo, desde la experiencia del espacio interior.

El contexto también explica el sistema constructivo de la casa, con sus muros levantados con piedras extraídas de la propia parcela y rejuntadas con la tierra rojiza del lugar. Un marco de hormigón encinta cada una de las ventanas.