Sobre el célebre vademécum escrito por Vitruvio hacia el 30 a.C. y titulado de un modo convencional De Architectura libri decem —Los diez libros de Arquitectura— han corrido caudalosos ríos de tinta con los que se ha escrito buena parte de la teoría de la disciplina en Occidente. Ríos de tinta cuyo propósito ha sido la glosa, traducción y enmienda de un texto que cabe considerar fundacional, pero que no deja de ser ambiguo, a veces incluso críptico, y a cuya exégesis no ayuda el hecho de haber perdido las pocas ilustraciones —al parecer, no más de una decena— que en origen tuvo.
Sostenido en los lugares comunes de la arquitectura helenística, el libro de este ingeniero romano que participó en las campañas de César y sirvió a Augusto tuvo un destino acaso nunca soñado por su autor: el de convertirse en guía de los arquitectos por venir, verdadera biblia del clasicismo. De hecho, desde que Poggio Bracciolini ‘descubriera’ en 1416 un manuscrito singularmente fiel del Vitruvio en el monasterio de San Galo, el corpus de principios, órdenes, modelos y técnicas abarcados por el texto no solo funcionó como una prestigiosa praxeología que dictaminaba sobre el ‘buen hacer’ arquitectónico, sino también como un manantial de ideología respecto a la cual tuvieron que posicionarse los arquitectos, ya fuera para comulgar con sus principios —el vitruvianismo fue en general sinónimo de racionalismo—, o bien para resistirse a ellos en el proyecto de hacer de la arquitectura una disciplina más ‘artística’.
Indiscutiblemente, Vitruvio ha sido el más grande de todos los gigantes a cuyos hombros se han erguido los arquitectos de los últimos siglos. Y ha sido, en consecuencia, el que más sombra ha proyectado. De ahí la dificultad de decir algo nuevo sobre Los diez libros y el pensamiento contenido en ellos; y de ahí también el mérito de este libro del historiador y crítico portugués André Tavares, cuya aproximación al texto del romano deja de lado las ideas y al propio romano para centrarse en un aspecto que no se había abordado hasta ahora de manera sistemática: la historia de las ediciones del libro en cuanto objeto formal y material.
Vitruvius Without Text es, en efecto, lo que su título sugiere: una historia que se desinteresa de los contenidos para investigar los formatos, opción tan contemporánea como en rigor posmoderna —el medio es el mensaje— y que, pese a los peligros de trivialización que comporta, puede resultar fructífera cuando el método se lleva al extremo, como hace al autor. En su empeño, Tavares, que ya había demostrado su talento en un libro de enfoque muy semejante —The Anatomy of the Architectural Book—, traza una biografía del libro considerado como un organismo que crece, se desarrolla y fructifica atendiendo a las características de cada contexto cultural. Esta biografía parte de las primeras ediciones del Vitruvio, a las que considera verdaderos objetos físicos de autoridad cuya influencia en la arquitectura fue extraordinaria, por cuanto convirtieron el libro de arquitectura en lo que no había podido ser hasta entonces —un texto ilustrado—, ensayaron los formatos impresos que habrían de convertirse en canónicos, y ayudaron a popularizar las ideas clasicistas. En su genealogía, Tavares da cuenta después de las metamorfosis experimentadas por el libro con ocasión de sus traducciones francesas, alemanas, españolas y portuguesas, entre otras, antes de delinear el devenir fluctuante de las ediciones vitruvianas, desde la crítica, canónica y aún viva de Perrault de 1673 hasta las del siglo XX, tan sesudas como muertas, convertido ya el Vitruvio en asunto arqueológico.
Sostenida en abundante documentación y certeros juicios críticos, esta biografía del libro se completa con una segunda parte más idiosincrásica y operativa, en la que —al calor del conocido motivo del atrio tetrástilo— el autor presenta los modos con los que los lectores se apropiaron, problemática y fructíferamente, de los pasajes vitruvianos para establecer una tradición mucho más rica y abierta de lo que suelen presentar las historias convencionales de la arquitectura. Una tradición viva que conviene seguir explorando con ojos reverentes pero curiosos.