Cuando se publicó en 2007, A Global History of Architecture prometía ser la respuesta a un problema presente en las escuelas de arquitectura norteamericanas. Aunque todo el mundo estaba de acuerdo en que el canon arquitectónico occidental resultaba insuficiente para formar a los jóvenes arquitectos, no existía un texto fiable que diera cuenta de las tradiciones arquitectónicas de todo el mundo. Sin embargo, la decepción con A Global History of Architecture comienza en su propio índice de contenidos, en el que se presentan 18 hitos cronológicos, comenzando en el año 3.500 a. C. y terminando en 1950, y enumerando luego hasta 40 temas, que responden a la variedad de culturas de todo el mundo, agrupados bajo cada hito cronológico. Este esfuerzo por dar cuenta de todo en todas las épocas hace imposible que uno pueda concentrarse en cualquier lugar o tema en particular, ya que los textos dedicados a cada tema tienen, por lo general, sólo una página de extensión. Bajo la rúbrica del año 1.000, por ejemplo, aparecen los monumentos de Rajput en la India, la dinastía Song en China, los fatimíes en El Cairo, los almorávides en Marruecos, la cultura carolingia tardía en Alemania, los normandos, las ciudades-estado italianas, el reino de Kiev, la Uxmal maya y, finalmente, los cahokia en el Misisipi. Si bien el texto está admirablemente desjerarquizado y maravillosamente documentado, su organización no ayuda mucho a la hora de entender cómo los estilos, las ciudades y las culturas se desarrollan.
Los autores han renunciado a la idea de una narrativa coherente que conecte a las personas, los profesionales, las técnicas y los acontecimientos históricos, y en su lugar han tratado cada tema como un pedazo de información autónoma, casi como una entrada de enciclopedia. Aparte de este sentimiento de falta de rumbo, el libro tiene el mérito de ser el manual más comprensivo y preciso sobre arquitectura mundial. Uno puede confiar en los textos que registran los hechos geográficos y políticos, pero no cabe esperar aproximaciones en profundidad sobre los temas que conciernen a la arquitectura. Además, el papel de las mujeres en la arquitectura es ignorado: el libro no recoge, por ejemplo, el patronazgo excepcional de la reina Hatshepsut en el Imperio Nuevo egipcio o el de la emperatriz Wu Zetan durante la dinastía Tang en China, así como el talento de Julia Morgan, la primera mujer que consiguió graduarse en la École des Beaux-Arts.
Una de las grandes fortalezas del libro estriba en la inclusión lujosa de cientos de plantas, secciones, planos de situación y perspectivas de la mano de Frank Ching, el hombre que enseñó a las últimas cuatro generaciones de arquitectos americanos cómo visualizar sus ideas con un lápiz. Sin embargo, la baja calidad de impresión convierte al libro en algo uniformemente gris, y su aspecto, pese al despliegue de imágenes, es sorprendentemente monótono.