Medio siglo tras su muerte, la producción editorial sobre Le Corbusier es verdaderamente abrumadora, y en estas páginas hemos procurado ir dando cuenta de lo más significativo de ella. Pero el libro de Jean-Louis Cohen, que sirvió de catálogo para la muestra del MoMA que ha viajado después a Barcelona y Madrid (la crítica publicada con ocasión de la inauguración en Nueva York puede leerse en Arquitectura Viva 155), merece una atención especial, porque supone una genuina revisión del legado del maestro franco-suizo. Organizado aparentemente como un atlas que documenta los itinerarios de sus viajes y la localización de sus obras en cuatro continentes, el sólido volumen es más bien un recorrido biográfico por la carrera toda de Le Corbusier, desde sus inicios en el Jura hasta los proyectos finales en la India o Japón, un viaje que Cohen realiza en compañía de un nutrido grupo de especialistas (entre los cuales Stanislaus von Moos, Jacques Lucan, Juan José Lahuerta, Tim Benton, Mary McLeod, Josep Quetglas, Anthony Vidler, Antoine Picon, Jorge Francisco Liernur o Carlos Eduardo Comas, además del que comisarió con él la exposición, Barry Bergdoll), y el resultado es una obra formidable e imprescindible, que arroja luz nueva sobre un centón de asuntos.
El hilo conductor del paisaje (subrayado por las hermosas fotografías panorámicas realizadas al efecto por Richard Pare, que nos permiten ver los edificios de Chandigarh emergiendo de un mar de vegetación, o al cabanon frente al Mediterráneo de Cap Martin) persigue modificar la percepción habitual de Le Corbusier como autor de obras exentas y autónomas, escasamente condicionadas por el lugar en el que se levantan, y para ello pone abundante énfasis en la relación entre los edificios y sus emplazamientos, esencialmente a través de los dibujos y croquis del paisaje y la forma en que éste se enmarca desde el interior. La relación con el paisaje resulta ser así más visual que morfológica, porque si se somete a la mirada no por ello modifica de manera significativa la organización del edificio, confirmando así paradójicamente la visión convencional de Le Corbusier, expresada por él mismo con singular fortuna en el famoso dibujo de Roma que publicó en Vers une architecture, que a su vez provenía del grabado renacentista de Pirro Ligorio que descubrió en la Biblioteca Nacional de París, y cuya representación de la urbe como un conjunto de piezas autónomas le haría proponerlo como «prototipo de la ciudad moderna».
Cohen es agudamente consciente de esta circunstancia, y en su propia presentación —que cita al Le Corbusier testamentario de Mise au point, donde el arquitecto se describe como «un asno, pero un asno que ve»— explica que el paisaje «no tiene una presencia activa o reactiva en sus proyectos», ni implica una interpretación geográfica, porque es esencialmente una metáfora y una fuente de analogías y aforismos. El mismo Bergdoll, que nos dio una imagen más convincentemente paisajística y jardinera de Mies van der Rohe en la magistral exposición y catálogo que realizó con Terence Riley en el MoMA en 2001, reconoce aquí que la relación entre obra y lugar en Le Corbusier estaba al cabo basada en «su concepto de la visión y en la forma en que contemplaba el mundo a través de los viajes». Más recorrido cronológico que propiamente atlas, y más visionado de paisajes que interpretación paisajística de Le Corbusier, el libro es en cualquier caso un colosal logro crítico e histórico (que marca probablemente el hito más significativo desde las publicaciones suscitadas por el centenario en 1987) y salda con elegancia la deuda contraída por el museo neoyorquino con el maestro de La-Chaux-de-Fonds.