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David Chipperfield’s Monograph
David Chipperfield vive en el presente, pero no deja de mirar al pasado. Su compatriota, el crítico literario Harold Bloom, al referirse a la pugna creativa del escritor con sus antecesores, ha hablado de la ‘ansiedad de las influencias’, pero el término no es de recibo para Chipperfield, un arquitecto capaz de acrisolar con naturalidad la ideología de Rossi y Tessenow en el esquematismo sublime de Mies o, si el lugar lo pide (véase su casa en Corrubedo), evocar la plasticidad amable de Siza. En su obra, por tanto, no hay pugna con los maestros, sino una continuidad natural, pertinaz pero flexible, que acaso explica también su éxito a lo largo y ancho de la geografía de la globalización.
Hoy Chipperfield trabaja tan a gusto en Berlín como en Teruel, en Alaska como en Seúl, e incluso su propio país, marcado por la huella acerada y tecnocrática de Foster o Rogers —para quienes Chipperfield trabajó al terminar sus estudios—, ha acabado aceptando su escueta arquitectura, rigurosamente geométrica, pero cálida, y más alejada de la tradición británica que del esencialismo material de los germanos o la investigación tipológica y contextual de los latinos.
La última y más completa monografía de Chipperfield —tutelada por él mismo y no por acaso publicada en Alemania— recoge su obra interpretada a la luz de especialistas como Fulvio Irace, Bernhard Schulz y Luis Fernández- Galiano (no en vano, un italiano, un alemán y un español), y a través de fotografías que muestran con énfasis la rotundidad geométrica y la ascética materialidad de sus edificios, pero que no explican cómo están construidos. Esta laguna se acompaña con el dudoso criterio tipológico de presentación de los proyectos que, al prescindir del orden temporal, renuncia también a dar cuenta adecuadamente de la trayectoria del autor, de su singular periplo por sensibilidades arquitectónicas muy diversas, y al cabo de su fructífera capacidad para moverse a caballo de la tradición y la innovación, entre la memoria y el olvido.