Elogiados ambos por Bill Gates, el científico y analista político checo-canadiense Vaclav Smil y el economista y politólogo danés Bjørn Lomborg proponen un baño de realidad: Cómo funciona el mundo de Smil y Lo que sí funciona de Lomborg invitan a huir del pensamiento mágico para enfrentarse a los desafíos genuinos de nuestra época. Smil, autor de numerosas obras sintéticas —entre las cuales Energía y civilización, reseñada en Arquitectura Viva 244—, se describe como agnóstico, y entiende que la duda metódica es más honesta intelectualmente que los pronósticos catastrofistas o luminosos, a su juicio más basados en convicciones ideológicas o religiosas que en evidencias científicas; y Lomborg, que alcanzó gran notoriedad con El ecologista escéptico —una obra publicada originalmente por la Cambridge University Press, y cuya puesta en cuestión del pensamiento convencional sobre el cambio climático le hizo objeto de severas censuras— persigue someter las políticas públicas a un análisis de coste-beneficio con resultados a menudo inesperados por su desviación respecto a las prácticas habituales. Agnósticos y escépticos, los dos coinciden en utilizar herramientas cuantitativas para arrojar luz sobre how the world really works y determinar las prioridades que llevan a promover best things first, para usar los títulos originales de sus obras.
Smil cree que la urbanización y mecanización nos ha alejado tanto de la generación de energía, la producción de alimentos o la fabricación de máquinas que la mayor parte de la gente en las sociedades contemporáneas tiene un conocimiento muy superficial de cómo funciona de verdad el mundo, y es eso lo que hace imprescindible su ‘Scientist’s Guide to our Past, Present, and Future’, que efectivamente procura el entendimiento histórico y actual del mundo material, y proyecta esta comprensión a una evaluación de los riesgos —ambientales o no— que nos amenazan en el futuro. Especial interés tiene el capítulo dedicado a la energía, o en el que muestra hasta qué punto la producción alimentaria depende del consumo de combustibles fósiles, pero encuentro singularmente revelador aquel en que establece ‘Los cuatro pilares de la civilización moderna’: el cemento, el acero, los plásticos y el amoníaco. En lo que toca al clima, constata que tres décadas de grandes reuniones internacionales no han tenido ningún efecto en la emisión global de CO2, juzga poco realistas los objetivos de las sucesivas COP, y evita tanto el pesimismo apocalíptico de los que juzgan a la humanidad condenada como el optimismo de aquellas que confían en la singularidad de la inteligencia artificial sustituyendo a la biológica como panacea última de supervivencia.
Lomborg es también escéptico respecto a las metas marcadas por la ONU, y muy especialmente las ambientales —del impuesto al carbono a la descarbonización total de la economía—, que juzga poco eficaces o escasamente verosímiles, sobre todo desde la óptica de los países más pobres. Examina en detalle los Objetivos de Desarrollo Sostenible fijados para el período 2016-2030, y tras someter a un análisis de coste-beneficio un centenar de esas políticas, elige una docena como las más eficientes: la lucha contra las enfermedades crónicas, la tuberculosis y la malaria; la vacunación infantil y la salud neonatal; la educación, la nutrición y la investigación agrícola; el fomento del comercio, la contratación electrónica, la emigración cualificada y la propiedad de la tierra. Se trata de una panoplia de medidas que pueden lograr resultados significativos con financiación razonable, y cada una de las cuales se argumenta en un artículo científico publicado de forma separada. Elaboradas por un cúmulo de investigadores, científicos y economistas coordinados por Lomborg en el instituto que dirige, Consenso de Copenhague, las medidas hacen descender desde la retórica grandilocuente de los organismos internacionales hasta la arena cotidiana de lo que de verdad funciona en el mundo real.
