Más allá del heroico proyecto de revi-vir los grandes temas de la Antigüedad clásica, el Renacimiento legó a Occidente una convicción y una herramienta con futuro: la convicción de la que ciudad podía pensarse y transformarse, y la herramienta de la propia arquitectura. El Barroco —con sus grandes proyectos de representación del poder— y la Ilustración —con su decoro higiénico y cívico— no hicieron sino continuar la senda abierta por Brunelleschi, Alberti y Bramante, aunque sería en el siglo xix cuando la voluntad de regenerar las ciudades a través del diseño daría sus frutos mayores: el París de Haussmann, la Barcelona de Cerdà o la Viena de Wagner. Con su condición academicista y a un tiempo pragmática, la tradición del diseño urbano burgués quedó arrumbada con la imposición de la tabla rasa de los CIAM, y hubo que esperar a que, de la mano sobre todo del Aldo Rossi de La arquitectura de la ciudad, el legado de la urbe burguesa, tipológica y decorosa, fuera redescubierto, en un retour à l’ordre que demostró ser tan beneficioso como al cabo melancólico.
Formado en Roma y Stuttgart, pero afincado desde hace décadas en Milán, el arquitecto, historiador y profesor Vittorio Magnago Lampugnani pertenece a esta tradición del diseño urbano de raíz humanista, y desde la década de 1980 no ha cejado en su empeño de revivir el vocabulario, la sintaxis y, sobre todo, el espíritu de la ciudad burguesa europea; un empeño que ha vertido en rigurosos trabajos académicos, pero también en proyectos urbanos tan ambiciosos como el celebrado campus de Novartis. Ahora, ayudado de sus colegas Harald R. Stühlinger y Markus Tubbesing, ha compendiado el conocimiento adquirido en todos estos años de compromiso con el estudio de la ciudad en un libro publicado en dos gruesos tomos de gran formato, cuya vocación enciclopédica se evidencia en su propio título: Atlas zum Städtebau (atlas de urbanismo).
El planteamiento del libro no puede ser más sencillo: describir la ciudad burguesa europea a través de sus calles y plazas, a las cuales se dedica cada uno de los volúmenes. Esta sencillez no hace que el planteamiento sea neutral: Magnago prefiere la tradición académica de los ‘elementos de la arquitectura’ a las tesis modernas del planeamiento basado en análisis económicos, sociales o demográficos. Al convertir las calles y las plazas en los elementos fundamentales de la ciudad, el autor no está sino reivindicando la idea de la urbe diseñada como un catálogo de piezas formales que el arquitecto debe conocer y emplear a todas las escalas: desde las propias de la trama urbana hasta las correspondientes al mobiliario o incluso a los adoquines del pavimento.
Esta convicción se plasma en el modo en que se presentan las decenas de ejemplos urbanos seleccionados por Magnago, desde las ‘plazas centrales’ como la Mayor de Madrid o la de la Señoría de Verona hasta los grandes patios de manzana como el Zentralhof de Zúrich, y desde las calles ‘principales’ como el Ring de Viena o la parisina rue de Rivoli hasta los paseos ribereños como el Victoria Enbankment de Londres. Todos estos ejemplos aparecen explicados mediante rigurosos ensayos y despiezados a escalas 1/10000, 1/2000, 1/500 y 1/100 en preciosas plantas y secciones que han sido cuidadosamente redibujadas para la ocasión, y que se acompañan con estupendas fotografías y una abundante planimetría histórica.
Escrito en alemán y publicado en una edición que, por cuidadosa y abundante, resulta cara, este libro acabará teniendo poca difusión, pero no por ello dejará de ser una referencia. Una referencia para aquellos que siguen confiando, con nostalgia, en los poderes del diseño urbano que nos legó el Renacimiento europeo. Pero una referencia también para quienes, sostenidos en el orden y la ‘forma bella’, quieren resistirse al ímpetu delicuescente y caóticamente economicista del manhattanismo de la ciudad globalizada.