Mary tiene motivos para estar enfadada. La viuda de James Stirling propuso al historiador Mark Girouard la redacción de una biografía del arquitecto británico, fallecido en 1992. Tras cinco años el libro ha visto la luz, y el retrato que ofrece del que sus amigos conocían como Big Jim tiene más sombras que luces. Girouard ha reconstruido la vida del arquitecto a través de 150 entrevistas, y el perfil que se desprende de estas voces es desmoralizador. Peter Smithson y James Gowan, su primer socio, rehusaron ser entrevistados por temer que sus comentarios no tuvieran cabida en un libro apologético. Pero, como ha podido constatar Lady Stirling (cuyos denodados esfuerzos no han impedido la aparición de la obra), tales temores eran infundados, y el volumen está muy lejos de la hagiografía.
De hecho, y pese a la amistad que unió al historiador con el arquitecto, así como a la admiración que asegura profesarle, Girouard se extiende sobre los innumerables —y ocasionalmente sórdidos— affaires sentimentales de Stirling, sobre su deficiente higiene personal, sobre la voracidad compulsiva que le llevó a una obesidad patológica, sobre sus mezquindades económicas y hasta sobre sus faltas de ortografía. Y en lo que respecta a la obra, casi no hay edificio del que no se mencionen minuciosamente los errores constructivos y los conflictos con el cliente. No fue Stirling, desde luego, persona de trato fácil, ni sus obras estuvieron exentas de polémica; pero la chispeante prosa de Girouard, esmaltada de anécdotas y recuerdos, ponemás énfasis en la descripción colorista de un personaje abrasivo que en el entendimiento crítico de su estatura como arquitecto.
Con todo, el libro tiene momentos felices en el retrato del Londres de los cincuenta, en el relato de la amistad de Stirling con los Banham o Colin Rowe, y en la descripción de su ambigua relación con los Estados Unidos, durante largo tiempo centrada en Yale. También resulta ilustrativa la peripecia en torno a sus dos grandes proyectos, Leicester y Stuttgart, que en el último caso se inscribe en el más amplio episodio de sus vínculos con Alemania, escenario de sus dos polémicas postreras: la autoría de Melsungen, disputada con Walter Nägeli, y su relación con la arquitecta Marlies Hentrup, que se prolongó hasta que una operación quirúrgica rutinaria le produjo la muerte. A petición de la viuda, Girouard habló en su funeral; la amistad entre ambos, interrumpida por la oposición del historiador al derribo de los edificios que ocupaban Poultry 1 (véase la página 7), se había reanudado poco antes del inesperado desenlace. Ahora, de forma simultánea, Big Jim ha inaugurado la obra póstuma que su amigo el historiador intentó detener, y éste ha vuelto a ver rotas sus relaciones con la familia.