Es posible que hayan oído hablar de Ai Weiwei. Quizá incluso hayan oído hablar de él demasiado. Desde su detención en China, el pasado año, a su retrospectiva fotográfica en el Jeu de Paume parisino o el reciente anuncio de su colaboración con los arquitectos suizos Herzog y de Meuron en la Serpentine Gallery, el nivel de exposición ha pasado de frecuente a permanente, y de ahí a asfixiante.
Sin embargo, el ruido mediático deja una voz que conviene escuchar: la del propio artista en sordina. Como remedio a esta situación se propone abordar primero la lectura conjunta de la primera versión en inglés de los textos de su blog y, como complemento, sus conversaciones con Hans Ulrich Obrist, en un formato más breve y asimilable. De hecho, se puede leer el diario electrónico de Ai Weiwei a través de sus coloquios con Obrist: se enfrentan así el relato en primera persona con la indispensable información sobre el contexto; de dentro afuera y de fuera adentro.
¿Cómo se reseña un libro basado en 112 entradas, en 112 textos autónomos entre sí? En realidad, el tema de Ai Weiwei’s Blog es el propio Ai Weiwei escribiendo —como el de las conversaciones lo es hablando—. Debemos, por tanto, comentar el formato, el contenido y el personaje.
El blog es una estructura de pensamiento casual que mezcla la reflexión sustanciosa con picnics en la banalidad («9 de mayo de 2006: corte de pelo»). Su versión impresa es la de un diario escasamente ilustrado con fotografías que, paradójicamente, son la parte del león de lo publicado en la red —se llegaron a colgar más de 70.000 fotos, como relata a Obrist, a un ritmo de más de cien al día— y resultan esenciales para entender la bitácora. Si, como dice el artista, esta es «el dibujo moderno», la eliminación de imágenes ofrece una visión mutilada. Mientras no cabe duda de la identificación entre Ai Weiwei y la herramienta, sí de que su traslación editorial sea la adecuada.
Ambos libros muestran una evolución paralela. Comienzan por un acercamiento disciplinar y progresivamente la política se abre paso. Con independencia de la propia valía (innegable) del artista, su condición de activista político supone un aliciente obvio que lo impregna del aroma irresistible del contestatario. Tienta considerar por ello al blog casi como El Diario de Ai Weiwei —con abrupta interrupción incluida: última entrada, 20 de noviembre de 2009—, lo que parece diluir un tanto al artista y sus reflexiones sobre arte y arquitectura: relatos breves que hablan de la óptica humanista, la relación entre arquitectura y moral, la conexión espiritual con el arte o la esencia de la cultura misma y su relación con la naturaleza.
Pero objetar a este viraje político es, en realidad, erróneo. Porque la flaubertiana identificación entre sujeto (artista) y objeto artístico (su propio país) es aquí evidente. La dimensión política del trabajo de Ai Weiwei se revela en estas páginas parte esencial del mismo. Y como un trasunto de la propia China, asombra su entrada en el orden mundial tras el aislamiento. Y él, como su país, asiste con mirada escéptica a un reencuentro que quizá sea, como él mismo dice, más un trueque de cultura material que un auténtico intercambio espiritual. Por si acaso y mientras tanto, aplaudamos.