El coronavirus ha acelerado la tendencia a hacer la vida en el hogar. Está por ver cómo afectará al espacio público y a nuestra psique.
Cosas que se pueden hacer sin salir de casa: teletrabajar, ver a los amigos por videoconferencia, asistir a estrenos en las plataformas audiovisuales, hacer gestiones bancarias o administrativas, buscar pareja, jugar a la videoconsola, al ajedrez a distancia, ir de compras virtuales, ser atendido por un médico, etcétera. Casi todas estas actividades antes implicaban salir a la calle, trasladarse a otro espacio, relacionarse con otros seres de carne y hueso. Pero ya antes de la pandemia existía la tendencia a una vida más centrada en el hogar, gracias a la tecnología, y animada, en ocasiones, por la pérdida de poder adquisitivo (en casa suele ser más barato y rápido). Ahora esa tendencia ha sido acelerada radical y obligatoriamente por el coronavirus. Está por ver cómo afectará el vivir más enclaustrados y atomizados al espacio público, a la ligazón social y a nuestra propia psique. (...).
El paulatino enclaustramiento puede llevarnos a ciudades menos vivas y variadas: muchos comercios y establecimientos, cines o librerías pueden desaparecer de las calles comidos por internet. La ciudad colmena: un mero conjunto de viviendas yuxtapuestas. “Tenemos también una oportunidad para promover formas de ocio y disfrute que no tengan que ver con el hogar”, explica la arquitecta Izaskun Chinchilla, autora de La ciudad de los cuidados (Catarata). Opina que, más allá de la hostelería o el comercio local, el espacio urbano puede servir como generador de experiencias colectivas: la calle o los parques también pueden ser lugares para realizar talleres, reuniones o sesiones de deporte en grupo. “Hay una correspondencia entre el asociacionismo cívico y el buen funcionamiento o el grado de corrupción de instituciones básicas como los ayuntamientos”, apunta la autora...
El País: ¿Salir de casa, para qué?