Roberto Ercilla fue un luchador enérgico en la defensa de la buena arquitectura frente a un mundo en el que se valora poco este oficio bien entendido. Sus obras, elegantes, refinadas y precisas han contribuido, las que más, a construir esa ciudad ordenada y habitable que es la moderna Vitoria, siempre capaz de integrar sin sobresaltos lo antiguo y lo moderno. Allí Roberto intervino siempre con acierto, tanto en el centro histórico como en la periferia, continuando la saga de sus mejores arquitectos, algunos de la talla de Justo Antonio de Olaguíbel, el arquitecto neoclásico al que se refirió Colin Rowe en su Ciudad Collage. Ercilla fue sin duda el mejor arquitecto alavés de las últimas décadas y uno de los mejores arquitectos vascos. Pero su obra se extendió también a tierras más lejanas, donde dejó su impronta. A Ibiza, a Extremadura y, últimamente, a Andalucía en la que, como si de su canto del cisne se tratase, dejó uno de sus mejores ejemplos de precisión, refinamiento y, si todavía se pudiese utilizar la palabra sin rubor, de belleza. Fue un auténtico virtuoso de la buena construcción y del detalle, pero sin alardes, sólo cuando resultaban necesarios. Un espíritu culto, refinado, propio de una Vitoria cortés, como el dicho define a los alaveses, y que se podría extender a su mejor arquitectura.