La exposición ‘Picasso 1906. La gran transformación’ quiere mirar, desde la conciencia estética contemporánea, la primera aportación del artista a la definición del «arte moderno».
Hasta ahora, la producción de Picasso en 1906 ha sido entendida como un epílogo del período rosa o bien como un prólogo a Las señoritas de Aviñón. Pero hoy se puede afirmar que 1906 fue un «período» con entidad propia en el devenir creativo picassiano.
Con apenas 25 años, en 1906, Picasso es un artista aún joven, pero ya maduro en sus criterios estéticos. Dejando atrás la bohemia y el pesimismo, se muestra vital y expansivo, incluso sensual; se acerca a planteamientos libertarios y anhela la refundación de la experiencia artística. Con el apoyo de marchantes y coleccionistas, y relacionado con un potente grupo de creadores coetáneos, vive entregado al sentido «procesual» de su obra, busca «lo primordial» y desarrolla su trabajo en tres registros: el cuerpo, la forma y la interculturalidad.
Picasso se aproxima a la representación de la adolescencia arcádica como símbolo de un nuevo comienzo. El cuerpo pintado asume su propia emancipación. El artista aborda sin ambages el poder de la pulsión escópica en su relación con la intimidad femenina desvelada. Lo vernacular se plantea como mitología del origen. La huella figurativa de Fernande Olivier, su compañera en este momento, es utilizada como soporte para la experimentación de lenguajes plásticos. Picasso es capaz de generar fisonomías genéricas y conducirlas a la cualidad de un sintético ideograma. Al mismo tiempo, redefine el entramado entre fondo y figura, propone un nuevo sentido de la mimesis, y desarrolla conceptos matéricos y táctiles en el modelado de la escultura. Su acelerado ritmo de transformaciones va a culminar en los dos primeros meses de 1907 y, en toda su desbordante actividad, el diálogo con Gertrude Stein fue para él crucial...
MNCARS: ‘Picasso 1906. La gran transformación’
El País. Picasso en Gósol: verano de 1906, los 80 días que cambiaron la historia del arte