«He visto cosas que vosotros no creeríais.» La solemne declaración del replicante de Blade Runner aludía a inmensas batallas robóticas en remotos mundos celestes, pero no es descabellado pensar que valdría también para muchos de los fenómenos que hoy vivimos y que, en efecto, resultan difíciles de creer.

Tal la crisis del coronavirus que nos ha devuelto al pasado y ha puesto en jaque nuestro modo de vida. Tal la crisis ambiental que amenaza con hacer inviable nuestro sistema económico y social. Y tal, por supuesto, la crisis política, que es también de valores, y que se ha puesto de manifiesto con una poco edificante virulencia en las recientes elecciones presidenciales de los Estados Unidos, donde, como el melancólico antagonista de la cinta de Ridley Scott, hemos visto cosas que nunca hubiéramos pensado ver y que nos sigue costando creer: simpatizantes armados con fusiles de asalto, a la espera de los resultados; presidentes que no reconocen los resultados salvo en la medida en que les benefician y que, por tanto, dinamitan el mismo sistema que cuatro años antes les había puesto en el poder; cadenas de televisión que vetan la declaración presidencial porque contiene una intolerable proporción de fake news; tuits incendiarios que hacen que la gente ocupe la calle en un clima indisimulable de guerracivilismo...

Son muchos los retos que deberán encarar Joe Biden y Kamala Harris —la primera vicepresidenta en la historia de los Estados Unidos—, y no hace falta decir que tanto los americanos moderados como el resto del mundo esperan que sepan salir airosos de ellos. La fragilidad de las estructuras sanitarias, sociales y políticas permite representar como un castillo de naipes el edificio institucional estadounidense, y hay que confiar en que esa arquitectura resista los embates de esas cosas que nunca imaginamos ver.


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