El uso que los arquitectos hacen de la metáfora es muy variado. Unas veces, las metáforas sirven para conectar disciplinas distintas, como cuando los modernos afirmaban que los edificios tenían que ser ‘máquinas’. Otras veces, las metáforas permiten desencadenar o explicar el proceso de diseño, como cuando Sullivan decía que sus ornamentos eran ‘cotiledones’ o cuando Utzon identificaba el lucernario de su iglesia de Bagsvaerd con las ‘nubes’. En otras ocasiones —quizá las menos interesantes—, las metáforas se limitan a describir formas singulares o exóticas. Es el caso del Centro de Congresos que Massimiliano y Doriana Fuksas acaban de terminar en el célebre complejo EUR proyectado en la época de Mussolini para la Exposición Universal de 1942 (que no llegó a celebrarse), un edificio que con sus 55.000 metros cuadrados es el mayor construido en Roma en los últimos cincuenta años. Dando respuesta a un programa complementario pero muy diverso, el Centro está compuesto, según sus autores, por la ‘Theca’ o ‘depósito’, que es una gran caja prismática de acero y vidrio de 30 metros de altura en cuyo interior parece levitar la ‘Nube’, que también semeja una inmensa crisálida de acero y plástico con un auditorio para 1.850 personas. Junto a ellos se levanta la ‘Cuchilla’, cuya forma afilada contiene un hotel de 439 habitaciones. Depósito, nube, cuchilla: los arquitectos siguen jugando.