Movimiento continuo
Dos aparcamientos contemporáneos
La relación entre coches y edificios se ha dado, al menos, de tres modos. El primero, metafórico, es parte del vínculo, más amplio, de la arquitectura con las máquinas, y sostiene que los edificios deben inspirarse en los mismos principios de eficacia racional de los coches: la casa como ‘máquina de habitar’, que escribiera el mismo Le Corbusier que comparó el Partenón con un automóvil de carreras. El segundo modo, inspirado en el anterior, sostiene el paralelismo entre coches y edificios en el deseo de que estos puedan llegar a fabricarse como aquellos, habida cuenta de que unos y otros pertenecen o deberían pertenecer al mismo ecosistema industrial. El tercer modo, que puede verse como el menos elaborado en lo intelectual pero también como el más probable, es el que se establece cuando la arquitectura da cobijo a los automóviles en los garajes, esos lugares de la modernidad industrial en los que los coches hacen las veces de machines que habitan la machine à habiter.
Los garajes son esas arquitecturas casi siempre ordinarias que colonizan los bajos de los edificios y los subterráneos de las calles. Aunque su presencia en la vida cotidiana sea inocultable, y aunque no dejen de pertenecer al imaginario de la ciudad forjado por el cine, los aparcamientos apenas han sido explorados como tipos edificatorios más allá de su uso como contenedores. Ha habido, con todo, algunos ejemplos de vanguardia, y el lector avisado no podrá menos que recordarlos: desde el garaje y pista de carreras de la fábrica Fiat de Lingotto en Turín (1923) —fruto de una visión futurista de Giacomo Mattè-Trucco— hasta el aparcamiento elevado de Herzog & de Meuron en 1111 Lincoln Road de Miami (2010) —un hito paisajístico—, pasando por el ‘Projet de garage pour Paris’ (1925) en el que Kostantín Mélnikov hizo de la eficiencia una excusa para explorar poéticamente el movimiento continuo, o el garaje no menos futurista que el mismo Mélnikov tuvo ocasión de construir años después en Moscú (1934) para la agencia de trasporte soviética Intourist.
En esta tradición experimental, que esquiva la banalidad para convertir la experiencia del coche en un motivo de calidad arquitectónica, deben inscribirse los edificios, muy diferentes entre sí, que se han seleccionado en este dossier. El primero —de MONO Architekten en la localidad alemana de Neuenburg am Rhein— renuncia a cualquier eco futurista y cualquier reclamo tecnológico para hacer del garaje una pieza tranquila que se inserta con naturalidad en un emplazamiento histórico y natural, y sabe dialogar con las dos otras piezas —una torre-mirador y una plaza— que conforman el conjunto. Por su parte, los segundos —cuatro aparcamientos de Christian Kerez en Muharraq— hacen eco de la tradición futurista y de los pliegues de Möbius, Deleuze y Koolhaas para explorar de un lado la poesía del movimiento en las rampas y del otro la estética despojada en el hormigón.[+]