Memorial del monasterio
Tres conversiones de conventos en Portugal
Pensar en monasterios y pensar en Portugal es pensar en aquel Memorial del convento en el que José Saramago narraba con prosa barroca los afanes de un grupo de heterodoxos con el bajo continuo de la construcción de la gran mole rococó de Mafra. La asociación de ideas descansa en un tópico, que, sin embargo —y como suele ocurrir con los tópicos—, trasluce una verdad: la profunda relación del paisaje portugués con los conventos y monasterios, y la poderosa huella patrimonial que, como en el nuestro, han dejado aquellos en el país vecino.
Los monasterios no fueron solo conjuntos construidos; se plantearon como elementos de colonización territorial que manejaban extensos dominios y rentas, y por los que pasaba todo tipo de productos, desde vino hasta azulejos, desde castañas hasta sofisticadas artesanías. Centros de poder espiritual pero también de poder económico, los monasterios hicieron gala de su esplendor mediante edificios suntuosos y funcionalmente eficaces que se extendieron por toda la geografía, hasta el punto de que quepa decir que, en Portugal, la historia de la arquitectura de los monasterios coincide con la historia de la arquitectura a secas.
Como en España, las crisis y desamortizaciones de los monasterios a lo largo del siglo XIX quebraron el esquema espiritual y económico de estas instituciones, al mismo tiempo que volvieron los antes magníficos edificios vulnerables a la inquina del tiempo, pero sobre todo a la codicia mercantil, que no tuvo empacho en expoliar aquel patrimonio. Con todo, fue difícil que el paisaje portugués perdiera su centenaria impronta monacal, y a mediados del siglo XX ya nadie dudaba de la importancia del patrimonio y de la necesidad de conservar y renovar los monasterios.
Como en el resto de Europa, en Portugal fueron muchos los modos de plantear la renovación, pero en este dossier hemos preferido centrarnos en aquellas que dejan más libertad —y también implican más posibilidad de fracaso— a los arquitectos, por estar planteadas desde un sentido que prefiere la convivencia de lo antiguo y lo moderno a la simple restauración. En este empeño, se han compilado tres exquisitas intervenciones, a cargo de otros tantos grandes arquitectos portugueses. En la primera, la rehabilitación del monasterio de Leça do Balio en Matosinhos, Álvaro Siza hace dialogar, por contraste, el cuerpo pétreo del monasterio original con los muros inmaculadamente blancos de un pabellón anejo y destinado a usos culturales. En la segunda, la reconversión del claustro de Rachadouro en Alcobaza, Eduardo Souto de Moura opta por una elegante moderación que permite instalar un uso hotelero sin hacer mella en la atmósfera del histórico monasterio. Finalmente, en la recuperación del convento de Jesús en Setúbal como museo, João Luís Carrilho da Graça ensaya una cuidadosa paleta de acabados y motivos que dotan de nueva vida a las geometrías y pátinas del viejo edificio.