El compositor fallecido el 10 de octubre fue uno de los impulsores de la restauración de la vida musical española a mediados del siglo pasado.
Es difícil comprender la magnitud de un creador cultural sin evaluar dos factores: los requerimientos de su época y los datos y el talento de su personalidad. La trascendencia de su legado se juega en la conjunción de ambos factores. En los años cincuenta del pasado siglo, España pedía exigencias hercúleas en todos los ámbitos de la producción cultural. Había que restaurar una vida musical en la que todo era precario o inexistente, y eso solo para hablar de una vida musical clásica cuyos lazos se habían roto por la catástrofe de todos conocida.
Pero si hablábamos de composición de música nueva, las dificultades rozaban el delirio: había que desaprender el molesto legado de la tradición, aprender o inventar nuevas vías de creación; había que enfrentarse al analfabetismo estructural de un país franquista, que no solo no sabía, sino que no quería saber lo que las nuevas generaciones proponían en el resto de países de nuestro ámbito. Incluso, y en eso Luis de Pablo fue pionero, había que dar a conocer las ricas tradiciones de culturas no occidentales. Había que crear nuevas instituciones, otras vías de enseñanza, diferentes fórmulas de conciertos. Y todo ello, al mismo tiempo que se formaban como artistas...
El País: Luis de Pablo, el compositor global