© Túrelio
«Sé bien cómo acaban las firmas en esa clase de llamamientos. A veces, consultando apresuradamente a los participantes por teléfono. A menudo, los interesados no saben nada al respecto». El escritor griego Vasilis Vasilicós, autor del libro en que se basó la película Z, que evocaba los prolegómenos del golpe de Estado de los coroneles, cuenta cómo, pocos días después del golpe, leyó en Le Monde la petición de setenta intelectuales franceses que exigían su liberación inmediata. «Yo me estaba tomando un café al aire libre bajo el sol romano y me puse muy nervioso… Marguerite Duras me resolvió todas las dudas. Lo que ocurría era que todos les habían dado un poder en blanco a Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Cuando Sartre y su esposa decidían protestar por algo, su iniciativa era seguida automáticamente por los otros 68».
Mario Calabresi, antiguo director de La Stampa y La Repubblica, explicaba en las páginas de Salir de la noche la infamia que recayó sobre su padre, Luigi, después de ser asesinado por las Brigadas Rojas en 1972. El entorno de las Brigadas hizo correr entonces el rumor de que Calabresi padre había sido un torturador de la policía y que su ejecución estaba justificada. Aquella versión tuvo éxito: pasó de los relatos orales a los pasquines y de ellos a los manifiestos firmados por intelectuales, hasta el punto de que, tiempo después, el periodista se seguía encontrando con mensajes anónimos del tipo ‘Calabresi asesino’. En Salir de la noche, Calabresi hijo demostraba que su padre era lo opuesto a un matón, que, al contrario, era un raro caso de policía que sentía una curiosidad verdadera por las razones morales de sus enemigos y que esa disposición quizá explicase el ensañamiento.
En vísperas de las elecciones de julio de 2023, me sugirieron participar en un manifiesto que refutaba el programa de un partido político populista en materia de arquitectura. El partido era Vox y su propuesta, más que programa, derogar la descarbonización de la construcción. La redacción de la propuesta era más bien patosa y confusa, de modo que el debate sobre el manifiesto en su contra se demoró en su torpeza, como para darle la vuelta a eso de nulla aesthetica sine ethica. Pensé en Calabresi y di un tres cuartos de no, un ya veremos, un «es más interesante confrontar las ideas con ideas» que quizá sonara curil.
Confrontemos ideas, vayamos a casos reales: lo más obvio que han hecho en materia de arquitectura Gobiernos populistas afines a Vox como el de Hungría ha sido el uso simbólico del espacio público. Viktor Orbán ha desarrollado una política de estatuaria más bien ingenua al estilo de la Syldavia de Tintín, en el fondo reversible y de efectos dudosos. ¿Se harán iliberales los niños húngaros porque el parlamento se haya llenado de figuras de reyes a caballo? Más sutil ha sido la apropiación y resignificación del casco de Buda, suntuosamente reconstruido en su estado de 1930. Orbán ha instalado allí sus oficinas y ha construido una ciudadela para Fidesz, un bastión en medio de la escéptica Budapest. Las otras políticas relevantes han sido la seguridad pública en las calles (agobiante y exitosa) y la vivienda, ligada a una ética pronatalicia. El Gobierno de Orbán impulsó un préstamo para vivienda con muy buenos precios, pero condicionado a tener hijos pronto. Si no llegaban, los intereses subían. El resultado ha sido una inflación descontrolada.
El caso de Hungría nos sirve para enfocar el problema: lo que los populismos traen de malo en materia de ciudad y vivienda no es el mal uso de la palabra ‘Bauhaus’, ni siquiera la refutación de la Agenda 2030, que suena más a una irreverencia adolescente y quizá pasajera. El peligro es la idea de que hay un nosotros en permanente conflicto con el otro, una ciudadela sitiada, una calle que hay que vigilar, una guerra demográfica que hay que ganar. Sobre eso sí que deberíamos discutir, también para entender en qué nos apelan a todos ideas e imágenes así.
