Sociología y economía 

Lo político como praxis

Museo Munch, Juan Herreros en Oslo

Andrés Jaque 
30/09/2013


El 5 de junio el Ayuntamiento de Oslo, tras cinco años de intensa polémica pública, aprobó la construcción de Lambda, el proyecto de Herreros Arquitectos para la nueva sede del Museo Munch, el más importante emblema de Noruega y punto de paso obligado de los circuitos del arte. La discusión colectiva del proyecto arquitectónico, ganador en 2009 del concurso restringido para el traslado del antiguo museo de Tøyen al frente marino de Bjørvika, se ha convertido en una oportunidad para que la sociedad noruega debata cómo actualiza su relación con el legado de Munch, con la ciudad y con el mar.

La pertinencia de mantener el museo en su sede actual o la de trasladarlo al edificio vacío de la antigua Galería Nacional, el uso de tecnología importada o la posibilidad de colocar las instalaciones bajo rasante han desencadenado polémicas que han atravesado despachos, medios de comunicación y conversaciones cotidianas. Ciudadanos anónimos han organizado recorridos con antorchas para apoyar el proyecto. La foto de Herreros ha aparecido incluso en los crucigramas dominicales. Figuras públicas como Jørn Holme, Director Nacional de Patrimonio, o Tom Remlov, Director de la Ópera y Ballet Nacionales han difundido abiertamente sus desacuerdos con asuntos concretos como el traslado de la institución del centro a la costa o la proximidad entre el museo y la ópera.

Lo interesante es que la transparencia y la diversidad con que ha contado la discusión ha sido gestionada por parte de los arquitectos y del Ayuntamiento de Oslo creando una compleja red de agencias simétrica en complejidad a la de las exigencias que el proyecto generaba. Se creó una figura, la de Ole Slyngstadli, para representar las necesidades de la propiedad. A los abogados, las agencias de comunicación, la oficina local de arquitectura (LPO) y las consultoras técnicas noruegas, el equipo de Herreros Arquitectos, coordinado por el arquitecto Jens Richter, añadió, contratándola, la agencia Geelmuyden Kiese, encargada de conectar el discurso arquitectónico con las preocupaciones de los diferentes sectores de la sociedad. Ellos detectaron, por ejemplo, que la explicación del proyecto como un prisma cristalino confundía a aquellos preocupados por la conservación de la obra de Munch que no llegaban a darse cuenta de que las salas de exposición quedaban confinadas en recintos opacos. La ingeniería Advansia, por su parte, tiene como responsabilidad mantener los costes, la calidad y el programa. A ello se suma la innovación de una red de consultorías de Madrid encargadas de plantear desafíos frente a lo convencional.

El proyecto mantiene sus presupuestos iniciales, pero ha evolucionado para adaptarse a la discusión: ya no tiene sótano y sus instalaciones han sido realojadas en el canto de las vigas del vestíbulo; se construirá con tecnologías locales. Además, el barrio de Tøyen recibirá inversiones compensatorias. El nuevo Museo Munch será inaugurado en 2018 en una versión similar y al mismo tiempo socialmente muy diferente del proyecto de concurso; si nunca hubiese sido aceptado, mas allá del coste emocional, no dejaría grandes damnificados, pues cada paso del proceso queda retribuido.

Herreros defiende que el proceso de enrolamiento social y el diseño material quedan fundidos por el proyecto arquitectónico. ‘Todo es proyecto’. Como proponía en la pasada Bienal de Venecia, los detalles constructivos son al mismo tiempo promotores y resultado del tejido asociativo que requiere un proyecto para que pueda empaparse de la diversidad de intereses y sensibilidades a las que afecta. Esta forma de hacer que construye asociaciones entre lo técnico y lo político, y entre lo procesal y lo material —categorías normalmente autoexcluyentes—, es la apuesta que ha definido el proyecto Lambda y, en general, los procedimientos de trabajo de sus arquitectos.


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