La poética de la Unité de Marsella
La Unité de Marsella supuso toda una irrupción en la Europa de la postguerra. Si el «Guernica» de Picasso había representado un revulsivo en unos años marcados por la violencia y la destrucción, la Unité de Le Corbusier equivaldría a un optimista llamamiento a la experimentación, a una invocación a la joie de vivre. Según Tzonis y Lefaivre, los procedimientos seguidos por su autor tienen mucho que ver con las técnicas del montaje inauguradas por el dadaísmo; el resultado, en todo caso, fue un objeto capaz de incidir en las emociones de espectadores y usuarios. La Unité, según los autores de este artículo, debe ser vista como una obra epistemológica, moralista y trágica.
A medida que el siglo veinte comienza a llegar a su fin, Le Corbusier surge cada vez con más claridad como la figura clave del Movimiento Moderno en arquitectura. Esta preeminencia no es debida tanto a su adhesión a un estilo arquitectónico único —como sería el caso de Mies— como a su capacidad para crear una imagen de la arquitectura moderna que sintetiza ideas procedentes de muchos grupos o individuos dispares. La obra de Le Corbusier irradia el mismo fervor revolucionario y el mismo halo de polémica que las de Sant’ Elia, Van Doesburg, El Lissitzky y Buckminster Fuller, sin compartir, no obstante, su tendencia monista y reductiva. Al igual que la música de Stravinsky y la pintura de Picasso, la arquitectura de Le Corbusier es sorprendente por su carácter singularmente polifónico e inclusivo. Y, como ellos, ha sido blanco de elogios y condenas por la modernidad que parece representar...[+]