El 28 de mayo se inauguró la XV edición de la Bienal de Arquitectura de Venecia, comisariada por Alejandro Aravena. Aunque no resultaba fácil surfear en la estela de la anterior edición —la dedicada a los ‘Elementos’ y no en vano llamada ‘Bienal de Koolhaas’—, la juventud y el carisma de Aravena, la reciente concesión del premio Pritzker, y la incuestioble afinación de su obra con el contexto de hoy, han generado expectativas que el título de esta edición de la Biennale —‘Reporting from the Front’ (Informando desde el frente)— no ha hecho sino acrecentar, ayudado por un sugestivo cartel que muestra a la geóloga Marie Reiche subida en una escalera en medio del desierto, tal vez oteando a un improbable enemigo pero en realidad viendo en la caligrafía del suelo las cosas que desde abajo resultan invisibles. ¿En qué se ha traducido esta alusión geológica y a la vez bélica? En una selección de experimentos que quieren ir más allá de las aproximaciones formales o tipológicas típicas de las bienales para dar cuenta de aquellos problemas que, nunca tanto como hoy, parecen atañer al arquitecto: el crecimiento urbano, las migraciones, el tráfico, la injusticia, la vivienda social o la contaminación. Son temas estos que, como declaró Aravena en la entrega del Pritzker, tienen que ver con la «vida misma» y que plantean, por decirlo así, la vanguardia desde la retaguardia. Las reacciones a la muestra han sido positivas, aunque también se haya señalado —en especial desde el mundo anglosajón— el carácter presuntamente sesgado de la muestra hacia la arquitectura latinoamericana.