La Bienal de Venecia, que cada dos años lo es de arquitectura, ha funcionado a lo largo de la última década como una plataforma internacional para que los arquitectos traten de redimirse por su responsabilidad ante problemas como el deterioro medioambiental, los espacios enajenantes o la fealdad general de la ciudad contemporánea. Desde la Bienal comisariada por Massimiliano Fuksas en 2000 bajo el título ‘Less Aesthetics More Ethics’ hasta la penúltima edición, ‘Fundamentals’, de Rem Koolhaas, la lucha entre el deseo de los arquitectos por hacer lo correcto y las imposiciones del sistema políticoeconómico por evitarlo han sido más o menos evidentes. Sin embargo, la muestra de este año a cargo del arquitecto chileno Alejandro Aravena sí tiene la intención de combatir al sistema. Reconocido como arquitecto ‘social’ y especialista en proyectos de infraestructura básica que completan después a su manera usuarios con pocos recursos, Aravena ha logrado juntar a muchos diseñadores cuyo propósito es alcanzar lo que podría denominarse la ‘justicia ambiental’.
Aunque el título de la muestra, ‘Reporting from the Front’ (Informando desde el frente), sugiere un contexto bélico, los campos de batalla aludidos no son necesariamente militares, sino metáforas de luchas genéricas como la segregación, la contaminación, las migraciones, la calidad de vida, la sostenibilidad, los asentamientos informales, el tráfico o los desastres naturales. Con pocas excepciones, lo expuesto proviene de actos de movilización social que definen el trabajo del arquitecto más como servicio que como diseño. El enfoque en la solidaridad no excluye, sin embargo, el diseño, como demuestran los impresionantes mosaicos del Museo de Fuyang, por Wang Shu, hechos con los restos de edificios históricos chinos, o los muros de adobe que recrean la atmósfera de las cabañas para mujeres en Senegal y Tanzania, construidos por el estudio finlandés Hollmén, Reuter, Sandman. Pero sí evitan presentar la arquitectura como un discurso autónomo. El deseo de que estas luchas sociales y medioambientales lleven a soluciones elegantes se sugiere en la fotografía del cartel de la Bienal, que muestra a la arqueóloga Maria Reich posada líricamente en lo alto de una escalera en medio del desierto. Incapaz de conseguir una avioneta, esta fue su respuesta improvisada a la búsqueda cósmica de ver desde arriba y entender las Líneas de Nazca en Perú.
Ya a la entrada de la larga galería de la Corderie, en el Arsenale, Aravena deja claro el imperativo moral que va a tener toda la muestra. La decoración de este espacio es el resultado de reciclar cien toneladas de materiales usados en ediciones anteriores de la Bienal y se compone de un revestimiento murario de pequeños trozos de paneles de cartón-yeso apilados con elegancia, y, colgando del techo, miles de fragmentos de perfiles de acero galvanizado ligeramente revirados. Los desechos de una exposición se transforman así en la siguiente, pero por supuesto uno no sabe que será de las cien toneladas de material cuando termine esta muestra. Dicho esto, el comisario ha prohibido el desperdicio que suponen las compartimentaciones artificiales dentro del Arsenale, forzando a los 75 arquitectos invitados a definir ellos mismos otros métodos de división del espacio. Así, oficinas como Rural Studio, de Alabama, han improvisado un cerramiento hecho con estructuras de cama entrelazadas que se utilizarán en un proyecto social en Maghera cuando la Bienal concluya. Por su parte, Mumbai Studio, conocido por su compromiso con la artesanía, ha creado un refugio ‘instantáneo’ usando una trama de varillas de metal cubierta con mantas de cáñamo y enlucida con estiércol de vaca que, una vez seco, da lugar a mamparas rígidas: ¡una solución tradicional india que seguro no conocen las autoridades sanitarias italianas!
El tema del reciclaje abordado en la Corderie se vuelve más detallado en History of Waste, una instalación del joven arquitecto polaco Hugon Kowalski, que después de investigar sobre el reciclaje en Bombay dirigió su mirada a los materiales de construcción europeos, intentando desvelar su comportamiento en relación con la economía del ‘cradle to cradle’. En la instalación de Kowalski uno puede tocar nuevos materiales sintéticos, y saber qué parte de su composición es fruto del reciclaje. Al hilo del reciclaje, el espacio final de la Corderie contiene un homenaje al recientemente fallecido Nek Chand, creador del ‘Jardín de rocas’ de Chandigarh, donde a lo largo de sesenta años no dejó de esculpir cientos de figuras totémicas, convirtiendo materiales de desecho en alegres figuras para jardines.
Quizá el mayor impacto visual de la muestra es la de Beyond Bending, del equipo de la ETH Zurich liderado por Philippe Block, que despliega una especie de bóveda de 16 metros de largo en forma de armadillo hecha de bloques de piedra caliza cortados digitalmente y sin usar varillas de refuerzo o mortero gracias a su curvatura irregular calculada paramétricamente y que trabaja sólo a compresión. Usando una gran impresora 3D el mismo equipo demostró que la resistencia del hormigón se puede mejorar mezclándolo con arena y polímeros para crear forjados. El León de Oro a la mejor participación individual fue para otro proyecto de índole estructural, el del arquitecto paraguayo Solano Benítez, más afín al espíritu de Maria Reich propuesto por Aravena, en el sentido de que la estructura de Solano no necesita ordenadores y resulta adecuada para la autoconstrucción. Usando una cimbra de tableros de contrachapado, Solano ha levantado en mitad de la sala una trama de nervios en forma de X que sostiene una bóveda parabólica, y ha distribuido los tableros usados en el perímetro de la habitación a la manera de un ornamento. Hasta que todo el mundo pueda usar impresoras 3D, soluciones como las de Solano seguirán siendo las más viables.
¿Una bienal sin estrellas?
Aunque esta Bienal aboga por el anonimato, lo colectivo y los procesos, hay algunos (pocos) arquitectos con personalidades muy marcadas —en especial, los del Pabellón de Italia en los Giardini—, aunque de algún modo también estos arquitectos han conseguido que se obra adquiera el tono general de modestia del resto de las obras expuestas. Es el caso de Grafton Architects, cuyo heroico edificio universitario de estructura de hormigón en Lima —digno de Paulo Mendes da Rocha, el León de Oro a la trayectoria profesional— se describe en una película que pone más énfasis en el contexto que en el diseño. Los portugueses Aires Mateus tuvieron que conformarse con una esquina donde pasan fácilmente desapercibidos. Una mención especial de los premios mereció Giuseppina Grasso Canizzo, que trabaja en soberbios proyectos de pequeña escala en Sicilia y que presenta en la Bienal una envolvente semejante a una cortina de pequeños paneles en los que expone dibujos y fotografías de sus edificios.
Aravena también ha invitado a algunas (pocas) estrellas de verdad: Norman Foster, Renzo Piano, Richard Rogers, David Chipperfield, Kazuyo Sejima y Herzog & de Meuron. Pero todos ellos, ya sea por defecto o por elección, no han acaparado atención. Los suizos aparecen en una película documental de Amos Gitai, escondidos en uno de los almacenes abovedados en el extremo más alejado de los Giardini delle Vergini. Respecto a Rogers y Piano se produce un deslizamiento divertido: Rogers se sitúa junto a Piano (los dos exsocios y sin embargo amigos) para reforzar el eslogan ‘El crecimiento urbano alimenta el cambio climático’ mediante una serie de contenedores apilados al modo de un hábitat vertical sobre el que crecen los árboles; y Piano defiende las periferias destinando su sueldo de senador a becas para que jóvenes arquitectos recaben ideas con el objetivo de ‘sanear’ los suburbios en los que, de hecho, reside la mayor parte de la población.
Por su parte, Norman Foster participa más en calidad de patrocinador que de arquitecto, pues su Fundación financia una de las construcciones más ambiciosas de la Biennale: un prototipo a escala 1:1 de un hangar de drones para las zonas más remotas de África, hecho de bóvedas apuntadas parabólicas cuya técnica recuerda a la de la obra de Eladio Dieste en Uruguay. Trabajando en la estructura como los arriba mencionados Philippe Block y Solano Benítez, Foster ha creado una bóveda que, aun siendo más compleja que la de Solano, resulta igual de viable en términos de autoconstrucción. Pero, a pesar de que esté concebido con la mejor de las intenciones, el hangar para drones sigue siendo un producto para albergar un artefacto de alta tecnología que puede usarse con fines humanitarios pero que probablemente acabará teniendo usos militares. Más viable e incluso más espectacular es, en este sentido, la reconstrucción de la Escuela flotante de Makoko, situada al borde de los diques secos del Gaggiandre de Sansovino. Proyectada por Kundé Adeyemi y galardonada con el León de Plata para jóvenes promesas, la escuela es una estructura de madera fijada a flotadores hechos con bidones que se adaptan al nivel siempre cambiante de una laguna, en Lagos (Nigeria), sirviendo a un asentamiento informal de casas flotantes donde viven miles de personas.
Activismos benevolentes
Una de las verdaderas diversiones de la Bienal consiste en descubrir la manera en que cada uno de los 65 pabellones nacionales responde al tema general de la muestra. Con el lema ‘Making Heimat’ (Construyendo hogar), el Pabellón de Alemania sintoniza con la propuesta de Aravena dando cuenta de un tema muy sensible para la opinión pública’, el ‘frente’ de la inmigración. Lo hace eliminando algunas de las paredes del edificio para promocionar la idea de una ‘Arrival city’ que dé la bienvenida, cuide e integre a los recién llegados. La exposición italiana, ‘Taking Care’, opta asimismo por centrarse en el tema de la arquitectura de emergencia, pidiendo a cinco estudios que preparen, en colaboración con otras tantas asociaciones ciudadanas, prototipos que puedan procurar servicios a las comunidades necesitadas, desde centros de salud hasta bibliotecas móviles. Como otros años, Bélgica fue algo más allá del tema general, proponiendo un concepto más elevado: seis detalles arquitectónicos a escala 1:1 que resultan anómalos en relación con sus contextos (estos se muestran con fotos). Cada uno de estos detalles tiene que ver en cierto modo con un problema social, ya sea el de colocar adecuadamente un buzón postal, ya la construcción de una casa asequible hecha con fardos de heno, para una persona en silla de ruedas.
Otros pabellones mezclan el discurso político con el juego, como el de los Países Bajos, que presenta los asentamientos de la ONU en lugares en guerra en el marco de un arenero circular en cuyo centro los niños pueden construir castillos de arena. La exposición australiana consiste en una piscina cubierta que conciencia de la importancia de este tipo de instalaciones para la formación cívica. Israel cambia su ‘frente’, y pasa de su obvia zona de conflicto al campo de la biomímesis, creando un espacio semejante a los tejidos orgánicos y que incide en las analogías científicas entre la biología y la construcción. El Pabellón Nórdico, titulado ‘In Therapy’, presenta un conjunto de chaises longues del siglo xix características de la terapia freudiana, además de una pantalla en la que un arquitecto intenta analizar el destino de la arquitectura escandinava. Por su parte, el Pabellón de Rusia resulta el más alejado del tema de la Biennale con su exposición sobre el programa nacional VDNH, un caso extraño de proyecto de preservación de la cultura más retrógrada de la época estalinista. Incluso China, que parece asfixiada por su sobredesarrollo, presenta un pabellón dedicado a la conservación de la cultura rural en la que se pueden ver un conjunto de fascinantes vestidos tejidos artesanalmente.
Visto esto, si puede ponerse alguna pega a la Biennale sería el exceso de virtud, la increíble panoplia de activismos benevolentes en un mundo que con frecuencia se muestra cruel, ensimismado y destructivo. Y sólo algunos pocos casos rompen el hechizo: la perturbadora investigación de Eyal Weizman, que bajo el título Forensic Architecture presenta pruebas de las violaciones de los derechos humanos, como la que denomina Death by Rescue, que denuncia la falta de asistencia de la Unión Europea a los refugiados en alta mar. O desde el otro extremo, experiencias tan autoindulgentes como los monolitos monumentales de hormigón posados en el desierto de Montana, de Ensamble Studio —Antón García-Abril y Débora Mesa—, inspirados en las obras de landart de Robert Smithson y Michael Heizer. Aún más chocante en su rechazo al concepto de ‘frente’ es el Incidental Space del Pabellón de Suiza, propuesto por Christian Kerez, que en la exposición principal de la Biennale analiza la vivienda informal en las ciudades latinoamericanas, pero que crea aquí un objeto formalmente puro, situado a propósito al margen de las cuestiones sociales. El extraño objeto, que semeja una roca taihu o una nube barroca del Éxtasis de Santa Teresa de Bernini, fue posible gracias a modelos informáticos basados en el escaneado de partículas en nube, como el azúcar y el polvo, la posterior ampliación del tamaño y la fabricación del modelo con fibra de cemento proyectado de dos centímetros de espesor, que adquirió su forma final con técnicas de ploteo y fresado. Esta aparente imitación de la naturaleza, conseguida mediante procesos en absoluto naturales, presenta un interior hueco, como si fuera una versión degenerada de la Endless House de Friedrich Kiesler.
La ‘Solución Española’
Que el León de Oro de los pabellones nacionales haya sido para el español, titulado ‘Unfinished’, parece una decisión obvia, pues en él se da la mayor atención al buen diseño. El social y el medioambiental son frentes que definen los proyectos seleccionados, y los comisarios Iñaqui Carnicero y Carlos Quintáns se han centrado en afortunadas obras de encaje, reúso y adaptación. El espacio central presenta con una densa trama de montantes metálicos, como los de los edificios inacabados, que sostienen una colección de fotografías de paisajes ruinosos de los últimos ocho años, fruto de la burbuja inmobiliaria. En las salas aledañas, los mismos perfiles se transforman en mesas sobre las que se dispone una axonometría y una foto de cada uno de los 55 proyectos seleccionados. El ataque de Carnicero y Quintáns a los excesos del mercado inmobiliario y a la stararchitecture de la década pasada conduce a una teoría de la resistencia, a un retorno a la idea de la artesanía modesta que, en boca de Quintáns, podría usarse como un manifiesto de la ‘Solución Española’:
«‘Unfinished’ es un momento para la reflexión sobre la arquitectura que nace para usarse y transformarse, que nace y vive con el cambio. Una arquitectura que no renuncia a la finalización del proyecto con el más alto nivel de coherencia posible, pero que resulta consciente de que el resultado sólo puede ser un paso en la búsqueda de la coherencia. Una arquitectura que resuelve problemas reales. La selección de proyectos intenta descubrir y evocar la belleza de lo colectivo; intenta reivindicar el ambiente urbano como fuente de líneas conductoras; el resultado de la construcción de acciones sucesivas y sucesivos estratos de tiempo (...) La exposición propone también la transformación y la ocupación de edificios en desuso, abandonados o por terminar. Muestra espacios genéricos disponibles para muchos usos distintos a lo largo del tiempo; espacios que permiten que la arquitectura se adapte a lo largo de ese tiempo.»
Recurriendo a una serie de categorías clave, los comisarios muestran cómo proyectos recientes, en su mayor parte de oficinas relativamente jóvenes y desconocidas, han explorado con gran economía de medios conceptos como la consolidación, la reapropiación, la adaptación, el relleno o la relocalización. Se trata de un tipo de trabajos que no pueden curar las enfermedades de una economía vacilante, pero que son una respuesta moral a las causas que las han provocado.
Como en la Biennale de arte de 2015 comisariada por Okwui Enwezor, la mayoría de los participantes en la de este año provienen del llamado ‘mundo-no-occidental’. Se está produciendo una especie de nivelación. Sin embargo, en la muestra de 2016 la solidaridad o el bienestar descansan sobre una robusta contracorriente, y la falta de un protagonismo sano se produce como consecuencia de ella. Para valorar el impacto de la Bienal de Aravena, se podría recordar la advertencia de Oscar Wilde sobre el altruismo, en las páginas de The Soul of Man under Socialism (El espíritu humano bajo el socialismo): «Con admirables aunque mal orientadas intenciones, se propusieron muy seria y muy sentimentalmente la tarea de remediar los males que habían detectado. Pero sus remedios no curan la enfermedad: simplemente la prolongan. De hecho, sus remedios son parte de la enfermedad. Intentan, pongamos por caso, resolver el problema de la pobreza manteniendo con vida a los pobres, o, en el caso más avanzado, divirtiendo a los pobres. Pero esto no es resolver el problema; es agravarlo.»Tal conciencia hace que el retorno a la normalidad y la determinación expresada por el pabellón español y en algunas otras partes de la Biennale resulte tan importante, porque, como concluye Wilde: «El verdadero objetivo es intentar la reconstrucción sobre un cimiento que vuelva imposible la pobreza.» Y lo mismo con respecto a otras cuestiones, especialmente la crisis medioambiental. La reconstrucción de la sociedad es el ‘frente’ que Aravena ha intentado revelar.