Al ahogarse en la playa de Cap-Martin en agosto de 1965, Le Corbusier dejó inconcluso el proyecto de la iglesia de Firminy, tardía obra maestra que si hoy podemos ver terminada es gracias a la labor de José Oubrerie. El entonces joven colaborador de su estudio, que había trabajado en la unité de Firminy o el hospital de Venecia, retomó el encargo y no cejó hasta que el templo pudo consagrarse, tras numerosos avatares, 41 años después. En 1967, Oubrerie vería también abierto el Pabellón de Zúrich y, en 1977, reconstruiría el de L’Esprit Nouveau en Bolonia, por lo que su nombre pasó a quedar definitivamente ligado al de su mentor.
De este ascendiente tampoco podría escapar su poca obra propia —apenas el centro cultural francés de Damasco y la casa Miller en Kentucky—, marcada por poderosos volúmenes de hormigón, retóricas fachadas y promenades. Con una Europa cada vez menos interesada por su herencia moderna, Oubrerie entró en contacto con el círculo de los New York Five tan atraídos por la plástica corbusierana, y al cabo se mudó a Estados Unidos. Allí ejerció un brillante magisterio en muchas escuelas que no cesó hasta su fallecimiento el pasado 10 de marzo, pérdida con la de Doshi el año pasado que deja al mundo sin los últimos protegés del francosuizo.