El descubrimiento, con los restos de un niño fallecido hace 78.000 años, es una de las pruebas más impactantes de uno de los comportamientos más específicamente humanos: el cuidado de los muertos.
María Martinón se subió a un tren regional en Alemania y se sentó con una caja sobre sus rodillas, sin saber que dentro había un niño muerto. Era el 15 de marzo de 2018. Martinón había recogido el paquete en un centro científico alemán e iba camino de Burgos, al Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana, del que es directora. La experta solo sabía que llevaba encima un bloque de tierra de Kenia, del que asomaban dos dientes que no parecían de mono. Tras tres años de investigación, el contenido de aquella caja se revela al mundo en la portada de la revista Nature, el templo de la ciencia mundial: eran los restos de un niño fallecido y enterrado con mimo hace unos 78.000 años. Es la tumba conocida más antigua de África y una de las pruebas más impactantes de uno de los comportamientos más específicamente humanos: el cuidado de los muertos...