Frank Gehry
Toronto, 1929
Este dibujo es anterior a la realización del Museo Guggenheim de Bilbao y hace referencia a la famosa serie de muebles de cartón ondulado diseñados por el arquitecto, como un objeto entre pop y dadá. Probablemente unos años después hubiera aprovechado el museo, y el chiste de las masas de cartón ondulado habría glosado las masas de titanio ondulado, que también es pop, dadá y además bilbaíno. No hay duda de que la pantera hubiera hecho buen papel allí. Siempre se podría reeditar esta viñeta con el fondo del museo. Con ella se rinde también un pequeño homenaje a uno de los cómics más ingeniosos de los últimos tiempos.
He dibujado otras veces a la pareja, y la pantera siempre hace de ayudante de Gehry. Es porque me parece como si la pantera trabajara en el taller del arquitecto para ayudarle con sus maquetas. Sin su ayuda y sus disparates me resulta difícil comprender el desorden de las maquetas de París, Praga o Bilbao. Hay mucha estética de la pantera en la obra del arquitecto californiano, en ese descoloque continuo de las cosas y en sus deformaciones. Como hay algo común entre los mundos de la pantera y del pop de Claes Oldenburg; son los trucos espaciales, los escamoteos y la prestidigitación. Aparte de que el arquitecto norteamericano siempre ha hecho gala de cierto humor, la misma figura de Gehry tiene algo del inspector, el partner de Pink Panther; probablemente el perfil, sus grandes narices y un cierto aire soñador.
Como este inspector-arquitecto parece atacado de una fiebre maníaca y se le retuercen cada vez más las arquitecturas, la pantera intenta hacerle la terapia. El eterno sospechoso se hace pasar por psiquiatra y pasa revista al oficial chiflado. Es un psicoanálisis rosa, un pinkanálisis de la mente calenturienta del arquitecto. Para oficiar de doctor freudiano, la pantera ha dispuesto el conveniente sofá, diseñado por su paciente y muy propio para este tipo de terapia. Le gusta, porque el mueble de masa de cartón donde se acuesta Gehry se le podía haber ocurrido a ella, y como no podía ser menos, lo ha quemado sin darse cuenta; el psicoanalista impostor se delata con la boquilla que usa desde que hizo la película de Blake Edwards.