El de las grandes tecnológicas multinacionales es un poder blando, que no se ejerce con violencia sino solapadamente a través del comercio silencioso pero muy rentable con nuestros rastros digitales. Es un poder que, además, no concita de momento una gran resistencia, porque queda resguardado por el nimbo prestigioso de la tecnología, devenida una de las diosas de la civilización contemporánea. De este modo, el imperio de las tecnológicas no deja de ampliarse. Hasta el punto de que comienza ya a infiltrarse también en la gobernanza urbana, al calor del interés que despiertan las llamadas ‘ciudades inteligentes’.
Así lo demuestra el proyecto Sidewalk Toronto, una comunidad «de usos mixtos» en la provincia canadiense de Ontario que está desarrollando una filial de Alphabet, matriz a su vez de Google. Se trata de un barrio costero de unas 2.500 viviendas —el 40% de las cuales apartamentos asequibles—, cuyo diseño —en el que han colaborado Snøhetta y Heatherwick Studio— dice inspirarse en los principios más políticamente correctos e integra todos los espacios y gadgets técnicos de moda: desde domótica e inteligencia urbana hasta espacios comunitarios y de innovación, pasando, por supuesto, por la construcción sostenible con madera.