La tragedia del 14 de agosto de 2018, en la que 43 personas fallecieron por el colapso del Puente Morandi en Génova, fue un duro mazazo para la ciudad, para Italia y para la prestigiosa ingeniería del país. Por ello, la reciente inauguración de la nueva infraestructura —dos años después del desplome— ha sido toda una inyección de optimismo en una nación que ha sufrido como pocas el embate de la covid-19, pero que ha demostrado su eficacia a la hora de combatirla. No extraña, por tanto, que la reapertura del puente se haya convertido en un verdadero acto de Estado en el que no han faltado ni el presidente de la República, Sergio Mattarella, ni Renzo Piano, genovés comprometido que ofreció su proyecto tras producirse la catástrofe.
Hay razones para el orgullo. En dos años se ha demolido lo que quedaba de la colosal infraestructura original, se ha redactado el proyecto y se ha levantado el nuevo puente, merced al trabajo de 1.200 operarios que sólo pararon el día de Navidad. Todo un récord, habida cuenta del tiempo que suele requerir la ejecución de obras de esta dimensión. «He diseñado el puente como un paseo lento entre las dos partes de la ciudad que ahora vuelven a unirse», afirmó Piano el día de su apertura al tráfico. Recordando emocionadamente a las víctimas, el arquitecto expresó su deseo de que el puente, con sus esbeltos pilares y sus formas náuticas «de acero y aire», entre de nuevo en la vida cotidiana de los genoveses.