Excepto en las grandes obras monumentales de la historia de la arquitectura occidental, en las que se empleó la piedra para conformar vastas estructuras abovedadas, el material comúnmente utilizado a lo largo del tiempo para cubrir el espacio ha sido la madera maciza. Varias fueron las características que favorecieron su uso en la construcción de forjados y cubiertas: su connatural forma recta y alargada, que permite salvar luces de hasta la longitud del tronco original sin gran complicación constructiva; su baja densidad, que se traduce en un bajo peso propio que no solo favorece su manipulación en obra, sino que reduce también los esfuerzos que deben aguantar los soportes; su idoneidad para responder positivamente a la flexión, óptima para hacer frente a la fuerza de la gravedad que actúa en sentido perpendicular al de las piezas dispuestas en paralelo al plano del suelo, como vigas y jácenas; su constitución relativamente blanda, que facilita su manipulación mecánica, favoreciendo ensamblajes y uniones entre distintos componentes para construir estructuras tridimensionales capaces de abarcar luces mucho mayores de las que se podrían cubrir recurriendo únicamente a elementos unitarios; y su capacidad de presentar importantes deformaciones antes de llegar al punto de rotura, lo que permite anticipar patologías y riesgos en elementos de cubrición antes de su colapso...[+]