Del hueso a la piel
Hormigón: Mutaciones de un material moderno
Desde que, a principios del siglo pasado, Auguste Perret se refiriera a él como «la piedra que fabricamos», el hormigón armado y su industria asociada han evolucionado hasta ofrecernos la posibilidad de construir edificios íntegramente con este material. Perret —que, junto a sus dos hermanos, había heredado de su padre una empresa constructora— enseguida comprendió su potencial, al valorar su versatilidad para ofrecer soluciones estructurales y sus características plásticas de textura, color y apariencia. El hecho de ser ‘fabricado’ con rasgos muy diversos dependiendo de la dosificación de sus componentes, y de ser asimismo fruto de un particular proceso de fraguado, hace pensar en el hormigón como un material que puede trabajarse y grabarse como la piedra, además de colarse y moldearse como los metales de fundición y la yesería. De hecho, las aplicaciones del hormigón que podemos ver en muchos edificios construidos hoy demuestran hasta qué punto las investigaciones iniciadas por Perret no fueron sino el comienzo de una importante evolución tanto en el campo de las estructuras como en el del propio material en cuanto realidad corpórea.
Las soluciones adelantadas por Perret permitían pensar en un sistema estructural estandarizado —que anticipaba ya la idea de planta libre—, pero fue Le Corbusier, al proponer un prototipo en 1915 —el célebre sistema Dom-Ino—, quien extendió su uso y puso de relieve su potencial industrial, hasta el punto de convertirlo en un estándar válido para la inmensa mayoría de construcciones realizadas a lo largo del siglo XX, desde edificios de estructura in situ hasta naves industriales de piezas prefabricadas.
Desde entonces, el interés de los arquitectos por el hormigón armado se ha mantenido constante, como muestran tantos proyectos cuya imagen y construcción se han confiado a este material. Así, el esencialismo y la rotundidad asociados al hormigón protagonizaron el Center for British Arts en Yale, de Louis Kahn, igual hoy lo hacen las desnudas losas y pilares de la Escuela de Arquitectura de Nantes de Lacaton y Vassal, el Public Condenser de la Universidad de Saclay en París, de Muoto; o de la Casa 1217 y el ICTA de H arquitectes. Por su parte, un ejemplo extremo de cómo el hormigón, en cuanto sistema estructural, es capaz de funcionar como un edificio por sí solo, al margen de todo lo demás, es la Academia Avasara en Pune (India), de Case Design. También podrían mencionarse, en este sentido, otras exploraciones fruto de voluntades más expresivas, como el Aparcamiento 1111 Lincoln Road en Miami, de Herzog & de Meuron, donde el uso del edificio —sin muchas exigencias espaciales— permite llevar al límite la desnudez y la crudeza potencial del material, para convertir el volumen construido en un simple armazón hormigonado.
Las estructuras de geometría compleja, con desarrollos lineales y superficiales, constituyen otro de los campos donde más se ha experimentado con el hormigón. Desde el rigor ingenieril que definía las obras de Nervi, Torroja y Candela hasta las formas más volubles de Saarinen o Hadid, estas estructuras encontraron en él la deseada ductilidad, al mismo tiempo que la resistencia necesaria para materializarse. El hormigón ha sido también el material que más literalmente ha permitido representar el pliegue que el mundo de la arquitectura tomó prestado de la filosofía a finales del siglo pasado. Desde las especulaciones de Parent y Virilio a finales de los años 1970 hasta los folding de los arquitectos holandeses en la década de 1990, han sido muchos los experimentos formales con pliegues de hormigón, ejemplificados en España con obras como la Estación de autobuses de Casar de Cáceres, de García Rubio, o la Capilla en Valleacerón de Sancho y Madridejos.
Un cambio de paradigma
Hoy los retos asociados al hormigón armado han dejado de tener que ver con su funcionamiento estructural. Las restrictivas normativas, los nuevos y cada vez más exigentes coeficientes de seguridad en el cálculo de estructuras o los recubrimientos mínimos por fuego o corrosión apuntan a un agotamiento de esta vía de investigación. Este cambio de paradigma se sugiere, por ejemplo, en los hormigones ciclópeos utilizados por J. Aparicio en la Casa Horizonte o por H. Fernández Elorza en el Parque Venecia en Zaragoza, que constituyen el extremo opuesto de la vieja vertiente estructural, en la medida en que muestran un decidido interés por la componente corpórea del material. En ambos casos, los muros y losas de hormigón están sobredimensionados desde el punto de vista estructural, económico y aun ecológico —sobre todo si los comparamos con las láminas de Candela de apenas 5 cm, definidas por el cálculo y el estado límite del material—: lo importante en ellos es la presencia corpórea, la textura.
Si el hormigón sigue teniendo relevancia hoy se debe principalmente a la fascinación que despierta entre los arquitectos su materialidad: su capacidad expresiva como hecho eminentemente sensorial. Como anticipara Perret, «sus posibilidades estéticas son capaces de competir con los revestimientos más preciosos». Así, la tecnología y exploraciones formales desarrolladas en los últimos años en relación con su fabricación, su puesta en obra y los tratamientos posfraguado que puede recibir se centran en obtener nuevas apariencias y texturas. Tal sugieren, por ejemplo, las casas Fosc y Pael de Pezo von Elrichshausen, donde el uso del hormigón se liga a la tradición del encofrado de tabla, tan presente en Sudamérica. La imperfección, rugosidad y aspereza de los encofrados con juntas y cejas exageradas se acentúan aquí con el uso de pigmentos naturales como el óxido de cobre (verde) o de hierro (rojo). En la Casa Pael se trabaja además con el desencofrante que impregna las tablas, para que la superficie inferior del muro se manche con las rebabas y pueda formar sucesivas capas horizontales; algo similar a los churretes de óxido que cubren uno de los testeros del Estudio de Rémy Zaugg, proyectado por Herzog & de Meuron. Los moldes de silicona y el posterior abujardado que GPY utilizan en la Facultad de Bellas Artes de La Laguna, o los tratamientos mecánicos más agresivos que AMP propusieron para devastar gradualmente los distintos paramentos del Centro Magma, asimismo en Tenerife, también pretenden explorar nuevas texturas.
En pos del material total
Otros arquitectos, como Siza, Kerez u Olgiati, buscan, por su parte, la perfección de los planos idealizados en construcciones donde las superficies de hormigón se confunden con estucos o paramentos pulimentados. En estos casos, el control de la fabricación, el uso de nuevos aditivos y fluidificantes, el cuidado de la puesta en obra y el empleo de complejos sistemas de encofrado eliminan los despieces, juntas, berenjenos y tapones de los conectores característicos del hormigón armado convencional, con el objetivo de conseguir la abstracción y la pérdida de referencias escalares de un material cuya calidad ya no difiere tanto de la de los elementos prefabricados. Los tradicionales revocos de cal de Siza se sustituyen así por soluciones multicapa cuya hoja exterior de apenas quince centímetros, resuelta con hormigón blanco y armadura de acero inoxidable, actúa sólo como revestimiento. Por su parte, los encofrados suspendidos deslizantes, al eliminar los característicos agujeros de los anclajes, permiten la fabricación de un muro de dos capas separadas por un aislamiento térmico. Estos intentos buscan que el cerramiento se construya con un solo material por dentro y por fuera, un elemento único que permita la continuidad y la homogeneidad del sistema sin renunciar al aislamiento.
La búsqueda de un material total que sirva de estructura, acabado exterior e interior, y que funcione además como aislamiento térmico, está conduciendo a la realización de numerosos ensayos y a la aparición de interesantes patentes. Los muros de doble hoja (estructura/aislamiento/acabado) o los sistemas en los que los bloques de aislamiento se introducen dentro de las armaduras antes de hormigonar hacen las veces de sistemas mixtos que limitan la capacidad estructural del hormigón, con el consiguiente aumento del espesor. En este sentido, actualmente se están desarrollando hormigones que incluyen en su mezcla partículas aligerantes para disminuir significativamente su densidad (de 2.200 a 1.200 Kg/m3) y, por tanto, su conductividad térmica, sin que por ello se vea afectada su resistencia a compresión.
En la Escuela de Diseño en Zoll-verein de SANAA, edificio construido íntegramente con hormigón, el lenguaje abstracto se sustenta en una envoltura cuyo espesor se reduce a 30 centímetros, hormigonada en una sola hoja que queda vista tanto en el interior como en el exterior. Los muros de esta envoltura, además de como elementos estructurales, funcionan como un sistema de acondicionamiento térmico capaz de hacer frente a las condiciones del clima frío de Alemania. En este caso no se busca aligerar el muro, sino todo lo contrario: la envoltura se concibe como un sistema activo de paredes radiantes con un circuito de agua contenido que lo recorre a 30ºC gracias a la fuente de aguas termales que existe bajo el edificio, y los aditivos del hormigón aumentan la conductividad. La estructura portante, los sistemas de acondicionamiento y la materialidad interior y exterior de la obra se resuelven, así, con un único elemento.
Las últimas indagaciones buscan obtener hormigones translúcidos y autolimpiables por fotocatálisis, y fabricar hormigones biológicos autorreparables con dióxido de titanio, capaces de absorber y metabolizar la contaminación del CO2 y producir oxígeno como si fueran plantas fotosintéticas. La experimentación en los laboratorios no ha hecho más que empezar, y es probable que esto conduzca a un nuevo cambio de paradigma en el empleo del hormigón armado.
Ignacio Senra Fernández-Miranda, doctor Arquitecto, ha sido investigador en la ETSAM-UPM.