De la fábrica a la obra
Desafíos de la prefabricación
Una de las premoniciones visuales de la crisis del coronavirus que con tanta saña nos golpea fue la escenografía de la construcción en Wuhan de dos grandes hospitales en poco más de quince días. Con todas sus luces —la velocidad pasmosa, el rendimiento logístico— y también con sus sombras —la falta de calidad, la estética dudosa—, los hospitales de urgencia de Wuhan evidenciaron el poder de la prefabricación en su sentido más literal y pragmático: el uso inmediato de los materiales y componentes procesados por la industria china.
La prefabricación a lo Wuhan es el caso más extremo, y acaso también el más trivial, de una larga tradición que ha creído encontrar en las soluciones prefabricadas la piedra filosofal para dotar a la arquitectura de la precisión, la calidad y la velocidad de ejecución con que se elaboran los objetos en una fábrica. Una tradición que, a lo largo del siglo XX ha experimentado un extraordinario proceso de cambio. Para la modernidad canónica, concebida a la manera de un Walter Gropius, la prefabricación era una oportunidad para volver acordes los sistemas y lenguajes de la arquitectura y la industria. Más tarde, para los arquitectos de las décadas del desarrollismo, sobre todo en la URSS de los grandes programas de vivienda social, la prefabricación fue el método para alcanzar unos mínimos de calidad en plazos muy breves, pero sin alardes estéticos. Después, la prefabración comenzó a entenderse en un sentido más laxo, es decir, menos como prefabricación literal que como simple industrialización: fue cuando los catálogos convirtieron los edificios en ensamblajes de componentes que van desde los paneles prefabricados de hormigón o GRC hasta las fachadas moduladas de muro cortina.
Todo este proceso acabó desembocando en la crisis conceptual que, con la llegada del nuevo milenio, supuso para la prefabricación en sentido canónico —modulación, seriación, producción en fábrica— la llegada de los sistemas de diseño y fabricación digital —brazos robotizados primero, impresoras 3D después— que hoy hacen posible crear objetos únicos sin que esto suponga una renuncia al control y eficacia que procuran las máquinas.
Con esta historia a cuestas, la arquitectura mantiene hoy con la prefabricación una relación abierta, por no decir que ecléctica. No existe ya un solo modelo, sino la posibilidad de recurrir a una u otra tecnología en función del edificio y sus circunstancias. En unos casos, la prefabricación convencional ha sido barrida por el ensamblaje de componentes, en tanto que en otros todavía conserva pujanza, como en la prefabricación de estructuras, de pedazos enteros de fachada o de núcleos técnicos —aseos, instalaciones que vienen completamente acabadas desde fábrica— que son posibles gracias a las innovaciones técnicas, y resultan muy eficientes en edificios modulares y repetitivos, como los hospitales, viviendas, hoteles o los propios edificios industriales.