Carlos Raúl Villanueva
Croydon, 1900-Caracas, 1975
Hay un malentendido que da origen a la situación de la historieta. Los policías del General Tapioca, dictador de turno en la república de San Teodoros, se han escapado de un álbum de Tintín, seguramente de L’ oreille cassée sise quiere una concordancia cronológica de los dos Alcázar y Villanueva o, más recientemente, de Les Picaros. Un error de la policía secreta les ha hecho creer que el general Alcázar, el dictador rival de Tapioca, está escondido en Venezuela y que acude a la Universidad de Caracas para dar un mitin. Pero es otro Alcázar, Roberto, el que acude al nuevo auditorio acompañado del arquitecto Villanueva y de su compañerito Pedrín.
El auditorio es una de las más convincentes piezas de Villanueva y de la arquitectura moderna de la América hispana, con su estructura de costillas de hormigón y su profusión de placas acústicas flotando sobre el público en una especie de constelación mironiana, debidas al genio plástico de Calder, el escultor que gustaba de colaborar con arquitectos y que hizo la fuente de mercurio para el pabellón de Sert. Y allí aparecen Carlos Raúl, Roberto y Pedrín que se suben al escenario de paneles quebrados, cuando de pronto son sorprendidos por los gendarmes. Naturalmente Roberto Alcázar estará encantado con el equívoco, porque prefiere pelear en situación comprometida que dar conferencias. Es un veterano detective hispánico tomado, claro está, de la novela y el cómic norteamericano, como los cowboys. Era como un personaje moderno de los cuarenta, un héroe con corbata y brillantina que boxea más que lucha. Su alternativa en la época era el Guerrero del Antifaz, un cachas gótico predecesor del Capitán Trueno y como él metido siempre en una cota de mallas, pero enseñando las piernas. Roberto Alcázar, como ellos, tenía a su lado una especie de paje, el niño Pedrín, que en este caso no se sabía bien de dónde había salido. Pedrín era como el niño Robin de Batman, pero vestido de domingo y con pantalón bombacho como Tintín. A pesar de su cursilería le encantaba seguir a Roberto en sus aventuras, sin despeinarse el tupé. Esta pareja repeinada de celtíberos podría todavía pasar por un dúo de personajes de los empalagosos culebrones de la televisión suramericana.