La biomímesis imita la naturaleza para resolver problemas humanos. Hasta la aparición del diseño paramétrico y la fabricación digital, la arquitectura que ha buscado en la naturaleza su fuente de inspiración lo ha hecho a través del estudio de formas naturales concretas, bien reproduciendo complejos detalles, bien abstrayendo las geometrías puras que subyacen detrás de dichas formas. Ahora, en cambio, el interés ya no se centra en una configuración concreta, sino en los procesos de generación de las formas. Más morfogénesis y menos morfología. Se trata de encontrar las leyes matemáticas que hay detrás de los patrones naturales y crear algoritmos que reproduzcan esos fenómenos artificialmente.
Estos algoritmos no proporcionan una respuesta única, sino una respuesta probabilística, es decir, genera familias de formas que cumplen con los parámetros de partida introducidos. En el entorno natural no existe ningún árbol exactamente igual a otro, y en el ámbito arquitectónico hemos pasado de la repetición sistemática de elementos —que garantizaba una optimización de los procesos de producción y construcción— a las máquinas de control numérico a las que les da lo mismo producir piezas iguales que piezas diferentes (véase Arquitectura Viva 137 y 147).
Un ejemplo de estructura natural estudiada por arquitectos e ingenieros son los esqueletos radiolarios. Estos organismos unicelulares que viven en el océano sólo pueden contener en su código genético (por su pequeño tamaño) unas pocas definiciones en cuanto a la forma global, que suele ser esférica por ser la configuración más óptima en entornos donde el efecto de la gravedad es nulo. En ellos, la disposición de los complejos cascarones que se forman por la deposición de silicio en los intersticios de las vacuolas del protoplasma están basados en sistemas de autoorganización que dependen de los principios de tensión superficial y empaquetamiento óptimo.
Dos casos de arquitecturas actuales que siguen estos principios son el ShellStar Pavilion de Matsys y el Radiolaria Project de la Universidad de Kassel. En ambos la definición previa del diseño es mínima, ya que la forma global óptima se busca mediante algoritmos que simulan la gravedad (el equivalente digital a los modelos colgados de Gaudí). Posteriormente, la subdivisión de las superficies obtenidas se consigue mediante algoritmos de teselación hexagonal optimizados y sometidos a análisis estructurales.
Pero la biomímesis en arquitectura puede llegar mucho más lejos. Neri Oxman, desde el grupo de investigación Mediated Matter que dirige en el MIT Media Lab, apuesta por superar la separación que hasta ahora ha habido entre los procesos de análisis, diseño y fabricación. Sueña con edificios que por sí mismos sean capaces de modificar su configuración como lo hacen, por ejemplo, los huesos humanos, susceptibles de aumentar su sección si se les estimula con un incremento de peso. Oxman —al igual que Alberto T. Estévez en Cataluña o Enrico Dini en Italia— piensa que los edificios de un futuro cercano serán impresos: sus paramentos estarán configurados con múltiples tipos de resinas rígidas y flexibles, suceptibles de responder a diferentes requerimientos estructurales y ambientales, desde la transmisión de la luz al flujo de calor, pasando por la modulación de la energía almacenada.