En 2014, el presidente chino Xi Jinping condenó la arquitectura de «formas extravagantes» que, de la mano muchas veces de extranjeros, se estaba haciendo en su país, y anunciaba un periodo en el que los edificios tenderían a proyectarse con cierto espíritu patriótico. La proclama presidencial no debió tener mucho eco, pues aunque está emergiendo una arquitectura que reinterpreta lo vernáculo, esta no deja de ser una excepción (véase Arquitectura Viva 180): lo normal es que el crecimiento anónimo se acompañe por edificios icónicos que, con sus formas y programas especiales, dotan de carácter al vacuo proceso urbanizador.
Es el caso de la Ópera de Harbin, proyectada por MAD Architects y que forma parte de un ambicioso programa que, además de los grandes auditorios, incluye un parque y la recuperación del paisaje de humedales de la isla de 170 hectáreas donde se sitúa el edificio. Concebidos para darle nombre a lo anónimo, los edificios como esta ópera dependen de que sus formas resulten sorprendentes, pero legibles y amables. De ahí el éxito del parametricismo en China, y en particular de la arquitectura de MAD, que es fácil por cuanto es orgánica. En Harbin, lo orgánico se traduce en un despliegue de metáforas naturales: la forma es un bloque esculpido por el viento; los pliegues son facetas de hielo; el auditorio es un bloque de madera erosionado por el tiempo... Conexiones previsibles y un tanto banales que justifican con dificultad un edificio que, por otro lado, está espléndidamente construido.